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IV Centenario del Cristo de la Fundación

Iniciada ya una nueva Cuaresma nos detenemos hoy ante esta devota imagen del Cristo de la Fundación, de la popular Hermandad de los Negritos, que cumple en este año el IV centenario de su hechura por el escultor giennense Andrés de Ocampo.

Conocemos la autoría y la datación de esta imagen gracias a un pequeño pergamino que fue hallado en su interior durante una restauración efectuada en el año 1940 y que reza así: “Este cristo se hizo en sevilla, año de mil y seizientos y veinte y dos. Hízolo andrés de ocampo, maestro escultor”, lo que nos permite celebrar este año de 2022 el IV centenario de su hechura por este escultor que morirá tan sólo unos meses más tarde, el 10 de enero del siguiente año, siendo enterrado en la Parroquia de San Vicente de Sevilla. Tras su fallecimiento, su cuarta mujer deja un inventario en el que aparece la anotación del Crucificado que hoy nos ocupa, el cual, como indica el profesor Isidoro Moreno en la completa monografía que dedicó a la antigua Hermandad de los Negros de Sevilla, es el que unos años después se convertirá en el titular de dicha Cofradía, ya que fue adquirido al pintor Pablo Legot, en cuyo poder se hallaba. Como indica este profesor, curiosamente el Cristo costó una cantidad similar al valor que tenía un esclavo negro en aquel tiempo.

Este Cristo Crucificado, que presenta gran unción, está realizado en madera de cedro y nos muestra al Señor muerto, unido a la cruz arbórea por tres clavos y con un contenido y elegante movimiento debido a que la cabeza está inclinada sobre su hombro derecho mientras que ambas rodillas se doblan levemente hacia su izquierda, elegancia que nos recuerda que estamos ante una obra manierista, si bien podemos ya atisbar algunos detalles barrocos como el sudario o el tratamiento de la cabellera.

Algunos investigadores sostienen que esta imagen es una réplica del Señor de Salamé que Andrés de Ocampo había realizado para la Catedral de la población hondureña de Comayagua y que por lo tanto el que hoy se venera en la Hermandad de los Negritos podría haber sido realizado para ser vendido en América.

Tras una importante restauración a la que fue sometida la imagen entre 1988 y 1989 en el ICRBC de Madrid a cargo de los hermanos Cruz Solís, se descubren dos policromías del siglo XVII, la segunda de más calidad que la subyacente, lo que hace sospechar que la encarnación original fue intervenida por el ya citado Pablo Legot, quien habría pintado con carnaciones más oscuras y habría añadido los regueros de sangre.

El Cristo de la Fundación recibe culto en la Capilla de la Virgen de los Ángeles, sede de la conocida popularmente como Hermandad de los Negritos, ya que fue fundada junto con un hospital en la última década del siglo XIV por el Arzobispo Don Gonzalo de Mena, para ocuparse de uno de los sectores de la población más necesitados y desamparados como eran los esclavos e incluso los libres de etnia negra, a quienes se les ofrecía ayuda asistencial, sanitaria y espiritual.

Comencemos esta nueva Cuaresma poniendo nuestra mirada en esta imagen de Cristo en la cruz por amor a todos nosotros y recordando las palabras del Papa Francisco en su homilía del Domingo de Ramos del año pasado:

¿Qué es lo que más sorprende del Señor y de su Pascua? El hecho de que Él llegue a la gloria por el camino de la humillación. Él triunfa acogiendo el dolor y la muerte, que nosotros, rehenes de la admiración y del éxito, evitaríamos. Jesús, en cambio —nos dice san Pablo—, «se despojó de sí mismo, […] se humilló a sí mismo» (Flp 2,7.8). Sorprende ver al Omnipotente reducido a nada. Verlo a Él, la Palabra que sabe todo, enseñarnos en silencio desde la cátedra de la cruz. Ver al rey de reyes que tiene por trono un patíbulo. Ver al Dios del universo despojado de todo. Verlo coronado de espinas y no de gloria. Verlo a Él, la bondad en persona, que es insultado y pisoteado. ¿Por qué toda esta humillación? Señor, ¿por qué dejaste que te hicieran todo esto?

Lo hizo por nosotros, para tocar lo más íntimo de nuestra realidad humana, para experimentar toda nuestra existencia, todo nuestro mal. Para acercarse a nosotros y no dejarnos solos en el dolor y en la muerte. Para recuperarnos, para salvarnos. Jesús subió a la cruz para descender a nuestro sufrimiento. Probó nuestros peores estados de ánimo: el fracaso, el rechazo de todos, la traición de quien le quiere e, incluso, el abandono de Dios. Experimentó en su propia carne nuestras contradicciones más dolorosas, y así las redimió, las transformó. Su amor se acerca a nuestra fragilidad, llega hasta donde nosotros sentimos más vergüenza. Y ahora sabemos que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo. Ningún mal, ningún pecado tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma de la victoria pasa por el madero de la cruz”.

Qué bien podemos ver nosotros reflejadas estas palabras en esta hermosa imagen del Cristo de los Negritos, que tanto sabe del sufrimiento y del dolor de tantos como a lo largo de los siglos han acudido a Él con su dignidad pisoteada por el racismo, la pobreza o la exclusión, y que han podido llenarse de la fuerza y la esperanza que brotan del Crucificado ya que, al mirarlo, han sido capaces de descubrirse infinitamente amados por el Señor, que ha dado su vida por ellos, reconociéndose así valiosos para Dios, que nos ha creado a todos con la misma dignidad y valor.

Antonio R. Babío, delegado diocesano de Patrimonio Cultural

Fotografía: Daniel Salvador.


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