IV Centenario de la canonización de 1622 (y VI): San Francisco Javier, Convento de Santa Rosalía, Sevilla

El 12 de marzo de 1622 tuvo lugar en Roma la canonización de San Isidro Labrador, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y San Felipe Neri por el papa Gregorio XV. Concluimos hoy este ciclo con la imagen de San Francisco Javier que se venera en la iglesia del convento de Santa Rosalía de Sevilla.

Este convento fue fundado en 1701 por un grupo de monjas capuchinas al frente de las cuales se encontraba como abadesa Sor Josefa Manuela de Palafox, hermana del entonces arzobispo de cevilla Jaime de Palafox y Carmona, el cual llega a la sede hispalense tras haber sido obispo de Palermo, de donde traerá a nuestra ciudad la devoción a Santa Rosalía, bajo cuyo patrocinio pone el nuevo convento. Tras un primer emplazamiento en la collación de Santa Marina, se trasladan a la sede actual, terminándose la obra en 1724. Sin embargo, en agosto de 1761 se produce en la iglesia un incendio que destruye casi la totalidad del convento, perdiéndose además siete retablos, por lo que el arzobispo Francisco Solís y Folch encargará a Cayetano Alberto de Acosta (Lisboa, 1709- Sevilla, 1778) unos nuevos en sustitución de los perdidos por el fuego. Así, se realizará el retablo mayor, los dos del crucero y otros cuatro de menores dimensiones en los machones. Este nuevo conjunto se inaugurará en 1763.

Los dos retablos del crucero son idénticos, estando presidido el del lado del Evangelio por una escultura de Santa Teresa de Jesús, mientras que el correspondiente al lado de la Epístola aparece la magnífica talla de San Francisco Javier que hoy nos ocupa.

Aparece el santo navarro de pie, portando en su mano izquierda un crucifijo, al cual mira con devoción, mientras que eleva al cielo el dedo índice de su mano derecha, aquella con la que bautizó a tantas y tantas almas y que se conserva en un relicario en la romana iglesia del Gesù.

De todo el conjunto destacan su policromado y su estofado, así como el gran dinamismo de la figura, debido a los vuelos de sus ropajes, especialmente del roquete y de la estola que se presentan movidos por el viento, recurso barroco que hace igualmente alusión a la acción del Espíritu Santo en la misión evangelizadora del santo jesuita.

De hecho, en la canonización de 1622, San Francisco Javier representa el ardor misionero con que la Iglesia Católica se expandió por los lugares más alejados del mundo. No en vano, en 1552 muere ante las costas de China, tras haber evangelizado incansablemente la India y Japón, entre otros apartados lugares.

Antonio Rodríguez Babío

Delegado diocesano de Patrimonio Cultural

Fotografía de Antonio Martínez Rull


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