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III Domingo de Pascua (2018)

Así está escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día.

En aquel tiempo,  contaban los discípulos lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu.  Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón?  Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo».  Dicho esto, les mostró las manos y los pies.  Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?».  Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado.  Él lo tomó y comió delante de ellos.

Y les dijo: «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí».  Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras.  Y les dijo: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día  y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.  Vosotros sois testigos de esto ».

Lucas 24, 35-48

Comentario bíblico de Pablo Díez

Hch 2,1-5; Sal 4,2.7.9; 1Jn 2,1-5; Lc 24,35-48

La aparición del resucitado provoca pavor en los apóstoles. Tal pánico se debe a la identidad que le atribuyen: un fantasma, un ser incorpóreo. Eran conocedores de que la tradición bíblica prohíbe la nigromancia (Dt 18,11; 1Sm 28,3-25), pues al invocar a los muertos estos se manifiestan y resultan peligrosos. Por eso, las preguntas retóricas de Jesús buscan tranquilizarlos, al tiempo que apela a la vista y al tacto para revelarles su identidad, su corporeidad (pies, manos, carne, huesos).

Esto provoca una reacción paradójica en los discípulos, dudan y se regocijan a la vez. El motivo es la dificultad inicial para asimilar el sentido de la expresión: “soy yo mismo” que designa la novedad de la resurrección en la continuidad de la persona. Del mismo modo, la frase: “aún se negaban a creer por la alegría”, expresa el trastorno físico, psíquico y existencial provocado por el contacto con lo divino, al percatarse de que Jesús mantenía su identidad, aunque hubiera atravesado la muerte y alcanzado la gloria divina, lo cual se les hace patente en que acepte de ellos el alimento como lo hicieron los mensajeros de Yahvé de manos de Abraham (Gn 18,6-8).

Finalmente, se apostilla que es necesaria la intervención de Cristo resucitado para obtener la clave de interpretación de las Escrituras. Esta no solo requiere la transformación de la inteligencia, sino de la persona entera, especialmente de su ser interior, para poder comprender que el texto sagrado no solo proclama su propio mensaje, sino la promesa de la difusión universal de este, con la finalidad de mostrar la actitud necesaria para alcanzar la reconciliación con Dios. El Espíritu, definido como “fuerza” convertirá a los apóstoles en agentes de esta difusión.

Orar con la palabra

  1. La resurrección permite palpar la divinidad.
  2. Compartir el alimento con Jesús, o a Jesús como alimento.
  3. El cumplimiento de las Escrituras como promesa de perdón: la misión como horizonte.

 


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