Homilía en el 90 aniversario de la llegada marista a Sevilla y en el 25 aniversario de la canonización de San Marcelino Champagnat (06-06-2024)

Homilía en el 90 aniversario de la llegada marista a Sevilla y en el 25 aniversario de la canonización de San Marcelino Champagnat (06-06-2024)

Lecturas: Ecclo 24, 30-34; Salmo 126; Hech 1, 12-14; 2, 44-47; Mt 18, 1-7.10

La familia Marista está de fiesta: Celebramos la fiesta de San Marcelino Champagnat; conmemoramos los 90 años de la presencia marista en Sevilla, en el colegio san Fernando; y celebramos también los 25 años de la canonización de san Marcelino. Hoy es un día grande, de gozo, de alegría y acción de gracias a Dios por todo el amor, por toda la gracia, por todo lo realizado a lo largo de estos 90 años. Un largo recorrido que le lleva a ser un centro educativo de referencia, una escuela Buena Noticia, con el carisma de san Marcelino Champagnat y de la familia Marista, que se resume en la pasión por Dios y por María santísima, y por la entrega entusiasta a favor de los niños y jóvenes, especialmente de los más necesitados. Damos gracias a Dios por toda la gracia, por todo el amor derramado a lo largo de estos 90 años. Recordamos a todas las personas que nos han precedido.

Es una ocasión propicia para manifestar el agradecimiento y aliento por todo el trabajo realizado en este ámbito tan importante de la vida eclesial y social. Un cordial saludo a los sacerdotes concelebrantes, al diácono; al Instituto de los Hermanos Maristas de la Enseñanza; a la familia del colegio San Fernando: Dirección, Claustro de profesores, AMPA, alumnos, personal no docente; a todos los hermanos y hermanas aquí presentes. Un saludo cariñoso y el agradecimiento de la Iglesia por el servicio que, mediante la escuela ofrecéis a la evangelización de la infancia, la juventud y el mundo de la cultura.

El Colegio san Fernando tiene clara su misión, la de formar buenos cristianos y honrados ciudadanos promoviendo la formación integral de niños y jóvenes al estilo de San Marcelino Champagnat, dando a conocer y amar a Jesucristo, tomando a María como modelo de sencillez, humildad y espíritu de familia, preparando un propicio para descubrir y acoger la Buena Noticia, promoviendo sociedades abiertas y plurales en el ámbito religioso y cultural; fomentando el crecimiento de la dimensión ética y trascendente de la persona, así como la libertad, el sentido crítico, la justicia, la solidaridad, la convivencia y la paz, apostando por una formación que favorezca la síntesis entre fe, cultura y vida.

Han pasado 90 años, y queremos seguir formando alumnos íntegros con un compromiso renovador de la sociedad, al “estilo marista”, es decir, ofreciendo al mundo el signo de corresponsabilidad y comunión de hermanos y seglares como camino para generar fraternidades y comunidades cristianas, siendo voz en el ámbito social, educativo y pastoral, promoviendo la plena conciencia de los derechos de niños y jóvenes, siendo reconocidos por nuestra acción pastoral que impregna todas las actividades de nuestras obras. El objetivo es conseguir que nuestro colegio sea un agente de cambio social, cultural y educativo, a la vanguardia de la innovación pedagógica y tecnológica, y con una comunidad educativa implicada en la vida de la obra.

María es el modelo que inspira nuestra forma de educar, con amor, paciencia, prudencia y discreción. La presencia cercana del educador, la sencillez que favorece la empatía y la creación de relaciones, el espíritu de familia y el amor al trabajo y a nuestra Buena Madre. Con una misión compartida, en comunión de ideales y de unidad institucional. Comprometidos con la realidad social, en escucha y diálogo entre todos los integrantes de la Comunidad Educativa; a través del apostolado de la presencia: personal, prolongada, amigable y confiada; hecha de cercanía, acogida, apertura y ayuda. Priorizando la atención a los niños y jóvenes con necesidades específicas o en riesgo social. Con un profundo sentido de Iglesia y en comunión con ella; presentando el mensaje de Jesús teniendo en cuenta la realidad que viven los niños y jóvenes y su mentalidad.

María inspira nuestra misión. Después de la Ascensión de Jesús al cielo, los apóstoles «perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus hermanos» (Hch 1,14). Después de la Ascensión, y a la espera de Pentecostés, la Madre de Jesús está presente en los primeros pasos de la obra comenzada por el Hijo. Ella recuerda a los discípulos el rostro de Jesús, es la memoria viva del Maestro. María será la Madre cercana y la maestra paciente que les explica las maravillas que Dios obró en ella, y que comparte el tesoro de tantos detalles y enseñanzas de Jesús, de tantos recuerdos. Desde el principio ejerce de Madre de la Iglesia ayudándoles a permanecer unánimes y a prepararse para recibir el Espíritu Santo.

El día de Pentecostés se cumple la promesa que el Señor resucitado había hecho a los apóstoles cuando se les apareció la tarde del día de Pascua. El Espíritu Santo descendió sobre ellos, y comenzó la misión de la Iglesia en el mundo. Antes de la ascensión les ordenó que no se alejaran de Jerusalén, sino que aguardasen el cumplimiento de la Promesa del Padre (cf. Hch 1,4-5). Ellos se reunieron en oración junto a María en el cenáculo, y así permanecieron unidos. El Espíritu Santo los llenó con sus dones y realizó en ellos una profunda transformación capacitándolos para llevar a cabo la misión de ser testigos de Cristo resucitado y anunciar el evangelio. La efusión del Espíritu llevó a María a ejercer con nueva plenitud su maternidad espiritual mediante su presencia, su testimonio de fe y amor y su guía maternal. Ella es la Buena Madre siempre presente en nuestra vida.

Ella es la Madre y maestra que nos guía por el camino de la sencillez y la confianza en Dios. Ante la pregunta de los discípulos sobre quién es el más importante en el reino de los cielos, cuenta el evangelista San Mateo que Jesús «llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: «En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos» (Mt 18, 2-4). Esta es la respuesta desconcertante de Jesús: ¡la condición indispensable para entrar en el reino de los cielos es hacerse pequeños y humildes como niños! Jesús no nos invita a permanecer en una actitud de infantilismo, pero pone al niño como modelo para entrar en el reino de los cielos y nos muestra una actitud de vida.

Ante todo, el niño es inocente, y el primer requisito para entrar en el reino de los cielos es la inocencia conservada o recuperada, la exclusión de pecado, que siempre es un acto de orgullo y de egoísmo. En segundo lugar, el niño vive de fe y de confianza en sus padres y se abandona con disposición total a quienes le guían y le aman. Así el cristiano debe ser humilde y abandonarse con total confianza a Cristo y a la Iglesia. El gran peligro, el gran enemigo es siempre el orgullo, y Jesús insiste en la virtud de la humildad, porque ante el Infinito no se puede menos de ser humildes; la humildad es verdad y es, además, signo de inteligencia y fuente de serenidad. Por último, el niño se contenta con las pequeñas cosas que bastan para hacerle feliz: un pequeño éxito, una buena nota merecida, una alabanza recibida le hacen exultar de alegría.

Para entrar en el reino de los cielos es preciso tener sentimientos grandes, inmensos, universales; pero es necesario saberse contentar con las pequeñas cosas, con las obligaciones mandadas por la obediencia, con la voluntad de Dios tal como se manifiesta en el instante que huye, con las alegrías cotidianas que ofrece la Providencia; es necesario hacer de cada trabajo, aunque oculto y modesto, una obra maestra de amor y perfección. ¡Es necesario convertirse a la pequeñez para entrar en el reino de los cielos!

Felicito a los maestros y educadores por el coraje que demostráis eligiendo este camino, por vuestra vocación educativa. El fundamento último de nuestra misión educativa es Dios, Verdad, Bien y Belleza supremas. Es el alma de toda nuestra acción educativa, pues Él es el principio y fin de la vida, el sentido y plenitud de toda obra creada. La paternidad de Dios hace posible en los hijos la fraternidad universal, su vida entregada por todos nosotros es fundamento de nuestro amor desinteresado, su ser eterno al que estamos destinados es el sentido de nuestra vida. En este cometido la fe en Dios cumple la función de unificar y totalizar la acción del hombre. En Él adquiere significado la formación integral entendida desde la perspectiva cristiana de la vida.

Queridos hermanos y hermanas, ciertamente el aniversario que estamos conmemorando es una ocasión propicia para proseguir con renovado entusiasmo el servicio que estáis prestando con fruto duradero. Encomendamos vuestro trabajo y los proyectos futuros a la intercesión materna de María, y de san Marcelino Champagnat. Así sea.

 


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