Homilía de Mons. José Ángel Saiz Meneses en la ordenación de ocho presbíteros (11-06-2022

Homilía de Mons. José Ángel Saiz Meneses en la ordenación de ocho presbíteros (11-06-2022

Catedral de Santa María de la Sede de Sevilla
Sábado 11 de junio de 2022
Lecturas: Is 58,7-10; Sal 22; I Corintios 2,1-5; Mt 5,13-16

«Vosotros sois la sal de la tierra…Vosotros sois la luz del mundo». Queridos hermanos y hermanas que participáis en esta celebración: Sr. Vicario General, Consejo Episcopal, Cabildo de la Catedral, Rector y formadores de nuestro Seminario, presbíteros, diáconos, seminaristas, miembros de la vida consagrada, miembros del laicado, hermanas y hermanos todos en el Señor. Especialmente queridos Rubén, Jesús, Alejandro, Víctor Manuel, Manuel, Manuel Jesús, Francisco Javier, Aniceto, y familiares que los acompañáis en un día tan señalado. Hoy la Iglesia de Sevilla está de fiesta. Por la misericordia de Dios, vamos a ordenar a ocho presbíteros. Damos gracias a Dios, que nos sigue bendiciendo con nuevas vocaciones.

El evangelio que hemos escuchado es continuación de las bienaventuranzas. Jesús nos enseña en qué consiste ser cristiano: ser la sal de la tierra y la luz del mundo. La sal es un elemento que encontramos en las distintas culturas, un elemento especialmente apreciado en la antigüedad. Conserva los alimentos, evita la deshidratación, da sabor, cicatriza las heridas y evita las infecciones. Ofrecerla a los huéspedes era signo de hospitalidad y también se utilizaba en los pactos y alianzas. Por último, la sal significa también sabiduría.

Por eso se convierte en un elemento de gran expresividad para explicar la misión del discípulo de Jesús en medio de la tierra, en medio de la sociedad. Un elemento cuya presencia es discreta, pero si está ausente se echa a faltar; que pasa desapercibido, pero actúa eficazmente. Gran misión la del discípulo de Jesús: Dar sabor, vigor y consistencia a la vida, a la familia, a la sociedad, a una humanidad que lo necesita; ofrecer esperanza y gozo sereno, ser testigo del amor de Dios.

El discípulo también está llamado a ser la luz del mundo. En el mundo material el sol es la luz, sin la cual no se distingue el color, ni se percibe la belleza de las cosas. Cuando la luz desaparece resulta difícil distinguir las realidades materiales que nos rodean. La imagen de la luz está muy presente en la Sagrada Escritura. Según el profeta Isaías, la luz de Israel y de todas las naciones será el Mesías. En el evangelio de san Juan (cf. 8,14), Jesús afirma de sí mismo que es la luz del mundo, y lo mismo afirma de los discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo”.

Es este un profundo misterio que san Pablo recoge en la segunda carta a los Corintios (cf. 4,6): la luz de Dios brilla en la faz de Cristo y de ella se irradia al corazón de los apóstoles, y por los apóstoles al mundo. Como Cristo es la luz del Padre, los apóstoles son la luz de Cristo. “Vosotros sois la luz del mundo”. Esta expresión contiene una significación profunda y un compromiso enorme, porque no dice Jesús que somos una luz más entre otras muchas posibles, sino que somos “la luz”. Sólo podremos serlo en la medida que vivamos unidos a Cristo. Para vivir esa unión, para avanzar en esa experiencia, es preciso vivir un encuentro personal con Él, y permanecer en comunión de vida y amor.

Centrar la vida en Cristo nos ayudará a superar una tentación que señala la carta de san Pablo a los cristianos de Corinto. En la comunidad hay divisiones y partidos, porque no acaban de entender el mensaje evangélico. San Pablo les hará ver que la fuerza del Evangelio no proviene de la retórica brillante del predicador, sino de la cruz de Cristo. Contrapone la sabiduría humana y la sabiduría divina, que es la ciencia de Cristo crucificado, santificación y redención, la única gloria y la fuerza que sostiene al apóstol, el único fundamento de su acción.

Como discípulos de Jesús, como miembros de la Iglesia, estamos llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo. Desde la unión con Él, con la oración, con la celebración de los misterios de la fe, con el sacrificio, con el compartir solidario. La Iglesia, Pueblo de Dios, por el bautismo es pueblo profético, sacerdotal y real. Todos sus miembros participan de la misión de Cristo y reciben la misión de ser testigos y profetas, de ofrecer sacrificios espirituales, de ser servidores. Nuestro Señor también elige a unos hombres que por la imposición de las manos participan de su ministerio sagrado, renuevan su sacrificio redentor, alimentan al pueblo con la palabra y los sacramentos, y lo guían con solicitud y amor (cf. Prefacio de la Misa Crismal)

Queridos Rubén, Jesús, Alejandro, Víctor Manuel, Manuel, Manuel Jesús, Francisco Javier, Aniceto, el contenido de vuestro ministerio se concreta en el oficio profético, sacerdotal y de servicio. El presbítero es discípulo que escucha la palabra, que profundiza y contempla la Palabra; transmite la Palabra en forma de proclamación, enseñanza e iluminación de las situaciones de la historia. En esta transmisión no debéis olvidar nunca que no sois dueños de la Palabra, sino servidores. Y, por último, tened presente que la transmisión de la Palabra conlleva a menudo un componente de cruz para el predicador debido a las dificultades y las incomprensiones. En todo momento, el Señor será vuestra fuerza y consuelo.

Conducir la comunidad será parte esencial de vuestro ministerio presbiteral haciendo presente a Jesucristo Cabeza y Pastor. Con espíritu de servicio, como el Señor, hasta dar la vida, como el Señor. Animando y garantizando los distintos carismas. Acogiendo, discerniendo y coordinando los distintos dones. Ejerciendo esta guía con libertad y humildad. Acogiendo especialmente a los más pobres y necesitados.

En la celebración de los sacramentos, particularmente en la Eucaristía, seréis signo y representación de Cristo. Esto comporta un movimiento interior de identificación. Hasta el punto de que la expresión “Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros”, llegue a ser propósito firme de unión con el Señor en su gesto de entrega.

La celebración de la Eucaristía no es un acto más de vuestro ministerio. Es la raíz, es el centro, es el sentido principal de vuestra vida sacerdotal. La caridad pastoral fluirá fundamentalmente del sacrificio eucarístico, de la identificación con Jesucristo que se entrega por la salvación de todos, de la vivencia profunda de las actitudes del Buen Pastor que da la vida por las ovejas. Unidos a Jesús, ofreced vuestras esperanzas, trabajos, sufrimientos, alegrías; en definitiva, la vida entera. Que vuestra vida sacerdotal tenga en la Eucaristía la raíz, el centro y la culminación.

Seguid el ejemplo de Cristo Buen Pastor, que no vino a ser servido, sino a servir hasta dar la vida. Confiad plenamente en el Señor y en su palabra. Sin miedo a las propias debilidades o a las dificultades ambientales. Cuando lleguen las tentaciones, las dificultades, las oscuridades, acudid al Señor, acudid a la Madre, acudid a los hermanos del presbiterio. No debemos tener miedo porque Jesús resucitado camina junto a nosotros, porque reside en nosotros la fuerza del Espíritu Santo, porque hacemos camino en familia, en la Iglesia, porque María Santísima, estrella de la nueva evangelización, es la luz que nos guía.

Hay muchos jóvenes participando en esta celebración. A ellos me dirijo recomendándoles que vivan intensamente la vida, es decir, que busquen la verdad y el bien, el verdadero amor, y Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida, os saldrá al encuentro. No tengáis miedo si en algún momento del camino sentís que el Señor os llama a dejar las redes y a seguirle con una dedicación de totalidad. No tengáis miedo del Señor ni de su llamada, al contrario, abrid de par en par vuestro corazón. Nuestra Señora de los Reyes os ayudará a discernir la voluntad de su Hijo. Que esta celebración de la Eucaristía y de ordenación de ocho nuevos presbíteros sea ocasión de gracia abundante para nuestra archidiócesis y de numerosos frutos en el seguimiento del Señor. Que así sea.

+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla


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