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HERMANDADES MISIONERAS

Que las hermandades son misioneras, portadoras de Cristo y su evangelio, es algo en lo que insistimos frecuentemente. Ha comenzado el Mes Misionero extraordinario convocado por el Papa Francisco y nuestra Archidiócesis lo lleva a cabo con diversas acciones, de las que tenemos información en esta web. En realidad, octubre es siempre el mes misionero gracias al Domund que cada año, con la difusión de las actividades misionales de la iglesia de España y la iglesia universal, con las visitas y testimonios directos de los misioneros, con las oraciones y colectas, nos permite recordar que Cristo aún no es conocido en muchos lugares del planeta. El Domund es bien preparado y vivido en parroquias (en las misas y catequesis) y colegios religiosos, pero mi impresión es que pasa bastante desapercibido en nuestras hermandades y cofradías, limitándose a realizarse la colecta imperada en las capillas, y me temo que no en todas donde es preceptivo. Una colecta que la que dependen los numerosos proyectos de difusión de la fe y de desarrollo humano (como prueba de credibilidad de esa fe mediante la caridad) en los países de misión.

De todas maneras, la primacía de lo misionero, la toma de conciencia de que tenemos que hacer un primer anuncio del Señor también en la tierra de María Santísima, no nos ajeno en la Archidiócesis, puesto que ese es nuestro objetivo cada año, marcado por las Orientaciones Pastorales Diocesanas 2016-2021: avanzar hacia una conversión pastoral y misionera. Es decir, ver qué tenemos que cambiar en las cosas que hacemos… y hacerlo. Nuestras hermandades y cofradías ponen cada día en práctica sus reglas, en las cuales, por abrumadora mayoría, se señala el inequívoco carácter pastoral y evangelizador que las justifica. Son cuantiosas las actividades que llevan a cabo, hasta el punto de saturar nuestras agendas. La presencia de las hermandades en la calle, en la vida de la ciudad y los pueblos, y en los medios de comunicación es contante. Y, sin embargo, aunque no con la gravedad de otros lugares, la secularización parece avanzar. ¿Qué ocurre entonces? Que esa presencia constante de las hermandades quizás no está llevando, de la manera que quisiéramos, a la gente a tener un encuentro personal con Jesucristo que les transforme por dentro, que les abra a la luz y la esperanza de la salvación.

Más que un problema, es una gran oportunidad y un reto para los cofrades. Por eso no nos cansamos de decir que las hermandades son imprescindibles para la evangelización, porque son capaces de tocar el corazón de las personas, y ahí es donde tenemos que poner a Jesucristo. La tarea es ver qué cambiar para que, haciendo lo que hacemos desde hace siglos, logremos que el que contempla a Cristo y a María en nuestras procesiones y cultos, que son maravillosos, además de emocionarse y sentir que algo le toca por dentro, dé un paso más para conocer al Señor y vivir la iglesia, a través de la hermandad y la parroquia.

En esa reflexión estamos, y yo propongo, como principio, tres acciones. En primer lugar, aumentar la vida interior espiritual de los cofrades que estamos integrados en la hermandad. Si rezamos de verdad, si participamos en los cultos como un encuentro con Cristo que me renueva el alma, si cuidamos cada uno nuestra fe personalmente, entonces ya tenemos mucho camino hecho. El que ama a Jesucristo y tiene un trato íntimo y cotidiano con Él por la oración y los sacramentos, transparenta la fe, la alegría y la esperanza. Y os aseguro que disminuye radicalmente el, llamémosle, nivel de conflictividad interna de la hermandad, relativizando esas cuestiones que a veces nos enfrentan y que tanto antitestimonio producen.

En segundo lugar, seguir cuidando la recepción de los hermanos de nuevo ingreso. Aunque en muchas hermandades ya se da importancia a este momento en que aquellos que se sintieron atraídos por la hermandad (por diversos motivos) dan el paso de pedir que sean aceptados en su nómina, en muchas otras hermandades todavía se reduce a rellenar el formulario de ingreso y recibir la medalla. Es un momento para hablar mucho de Dios, y con el testimonio personal de los que reciben a los nuevos, y tener alguna sencilla experiencia de oración con ellos.

En tercer lugar, que las hermandades se impliquen o promuevan, junto con las parroquias, auténticos procesos misioneros en la ciudad y los pueblos de la Archidiócesis. Procesos que conllevan un trabajo previo de muchos meses, visitando incluso las casas de la feligresía. Con mucha frecuencia, cuando las juntas de gobierno nos solicitan cultos externos extraordinarios (procesiones en andas o en pasos, en forma de traslado, rosarios o via crucis, por ejemplo) por muy diversas efemérides, aluden a que su intención es, sobre todo, la evangelización. Siendo muy sincera y loable esta actitud, tenemos que decir que ese culto externo, por sí solo, ya no es suficiente para evangelizar. Es necesario el culto externo, claro que sí, y la prueba está en que las misiones parroquiales promovidas por la Archidiócesis siempre realizan rosarios o via crucis con los titulares de las hermandades. Pero a esa procesión hay que unirle algo que origine en el interior de las personas un verdadero proceso de conversión y de adhesión a Jesucristo, un encuentro personal con él en la oración y en los sacramentos, algo que mueva a un encuentro interior con el Señor. Este proceso solo se pone en marcha con acciones programadas y pensadas, según las circunstancias de cada lugar. Y entonces es cuando la procesión, como culmen de ese encuentro, toma su gran fuerza misionera.

En cualquier caso, volvemos a la tesis primera: en las hermandades, la Archidiócesis de Sevilla tiene un tesoro, porque constituyen un espacio de encuentro con Jesucristo y una fragua de santidad. Y ahora nos toca salir a los cruces de caminos, a invitar a los hombres y mujeres de nuestro pueblo al que conozcan al que es el Camino, la Verdad y la Vida.

 

Foto: Miguel Ángel Osuna.

 

 


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