#Haz Memoria | Enrique Belloso: “Los laicos están donde se necesitan” 

#Haz Memoria | Enrique Belloso: “Los laicos están donde se necesitan” 

La vigilia de pentecostés coincide con la celebración del día del Apostolado Seglar y la Acción Católica. Por tanto, es una jornada que la Iglesia dedica de forma especial al laicado asociado. ¿Cuál es el estado de salud de esta porción tan importante de la comunidad eclesial sevillana?

La salud del laicado asociado en la Archidiócesis de Sevilla es razonablemente buena. El Espíritu Santo suscitó en torno al Concilio Vaticano II una amplia variedad de realidades laicales, que unidas a las ya existentes y a las surgidas en las últimas décadas suponen una multiforme realidad de carismas, métodos y estructuras al servicio de la evangelización, que enriquecen nuestra Iglesia y que nos ayudan a mirar al futuro con esperanza. Gracias a Dios, el ambiente de comunión, la unidad en la diversidad que vivimos en Sevilla respecto a estas realidades de Iglesia es una gran bendición para todos y una oferta amplia y rica al servicio del laicado sevillano. Es verdad que, al ser una realidad viva, hay grupos y realidades que se les nota el peso de los años, otros que siguen aun con más vitalidad, otros que surgen del Espíritu con fuerza. Vivimos un cambio de época también en las realidades laicales, se abren nuevos horizontes para iniciar procesos juntos, construyendo iniciativas en colaboración de otras realidades y estructuras pastorales, vivimos tiempos de esperanza.

 

¿Cuántos movimientos del laicado asociado hay en Sevilla?

En la Archidiócesis de Sevilla tenemos registrados más de setenta asociaciones o movimientos laicales, incluidas las asociaciones laicales vinculadas con la vida consagrada, que crecen cada año. Además, a ello habría que sumar las nuevas realidades o métodos, nuevas inspiraciones que el Espíritu Santo suscita hoy a la Iglesia, en ámbitos como el matrimonio, jóvenes, profesionales…

 

¿Cuáles son las áreas de acción pastoral donde más laicos encontramos?

Están presentes en todas las realidades pastorales. Unas vinculadas con la evangelización directa, el primer anuncio, el acompañamiento, la formación o la vida pública, otras más específicas relacionadas con la pastoral de la familia y la vida, infancia, juventud, adultos y mayores. También es muy rica la presencia en la acción social y asistencial. Así como, en pastorales más sociales, como la penitenciaria, la obrera, la salud, etc. Los laicos están donde se necesitan. Una realidad con más presencia es la de asociaciones laicales vinculadas con la vida consagrada que viven la misión compartida con mucha intensidad. También la presencia en las parroquias crece como oferta para el laicado en general. Sin duda, podemos decir que a pesar del ambiente de secularización creciente que vivimos muchos laicos descubren su vocación y su lugar en la Iglesia a través de estas realidades suscitadas por el Espíritu.

 

¿Qué relación hay entre los distintos movimientos?

Hay una importante relación entre sus responsables que se vehiculiza a través de nuestra Delegación de Apostolado Seglar, que es una plataforma de comunión para todos. También las acciones vinculadas con la evangelización hacen que crezca poco a poco un ambiente de trabajo en común, de trabajar en equipo, por proyectos e iniciativas. Esta vía habrá que incrementarla en los próximos años, todos debemos a aprender a trabajar más unidos, cada uno desde su realidad o carisma, pero sumando todos junto a nuestro arzobispo, teniendo como hoja de ruta, el nuevo Plan Pastoral Diocesano que se está elaborando.

 

En Sevilla hay un dato diferencial: las hermandades ¿En qué se traduce esta presencia a efectos de evangelización?

Las hermandades son una gran riqueza que tiene nuestra Iglesia particular, que en muchos casos la conforma, y es referencia para muchos dentro y fuera de nuestras fronteras. Por su fuerza y pujanza en nuestra realidad diocesana tienen una organización singular e independiente de Apostolado Seglar, pero ellas también son asociaciones abiertas plenamente a la evangelización y con muchas vinculaciones y relación con el resto de las asociaciones laicales. Ambas realidades tienen que aprender mucho las unas de las otras y buscar espacios de comunión donde relacionarse y avanzar juntas, son realidades que se complementan. Las hermandades de Sevilla son un signo de esperanza para nuestra Iglesia que hay que saber acompañar e impulsar. Son instrumento de evangelización y de contención de la secularización que sin duda singularizan nuestra realidad eclesial fuertemente. Por ello, es tan importante que se cada día más se integren en las estructuras, proyectos e iniciativas de la única misión evangelizadora que la Iglesia en Sevilla realiza. Ellas también son Iglesia y tienen mucho que enseñarnos a todos, igual que ellas tienen que avanzar hacia nuevas formas de evangelizar y sumar con todos.

 

La fase diocesana del Sínodo o la preparación del Plan Pastoral Diocesano han servido para activar la capacidad del laicado de sentirse partícipe en la vida y proyectos de la Iglesia ¿Es una impresión equivocada o responde a la realidad?

Los laicos también son Iglesia y como tal viven todos estos procesos. No obstante, es verdad que cada vez que se inicia un proceso surgen, como decía san Juan XXIII, los profetas de calamidades. Es verdad, que muchas veces incluso los más integrados en las realidades pastorales vemos con escepticismo las iniciativas que se impulsan y promueven pero, cuando estas son impulsadas por el Espíritu Santo, el Espíritu sopla donde quiere y lo cambia todo, a pesar de nuestras resistencias. Pues esto es lo que hemos experimentado en este proceso sinodal, recibido con interés pero quizá con poco entusiasmo. Sin embargo, aquellos grupos que se han dejado tocar por el Espíritu y se han abierto a su acción han podido comprobar cómo la oscuridad se transforma en luz, a pesar de las heridas, las circunstancias, las incomprensiones, la cruz… El Espíritu Santo es el verdadero protagonista de todo este proceso, parece que somos nosotros, pero es Él el que lo impulsa en medio de nosotros.

La preparación del nuevo Plan Pastoral Diocesano, en la que con gran interés hemos participado casi al unísono con el Sínodo, ha sido también una buena oportunidad para sumar, para hacernos eco de lo vivido en el Sinodo, para ser cada vez más conscientes de que tenemos que trabajar en equipo sacerdotes, consagrados y laicos, de asumir prioridades, de poner el acento en lo importante, de estar unidos para que el mundo crea.

 

El Congreso Nacional de Laicos supuso un espaldarazo importante a la labor del laicado en la Iglesia ¿Esos efectos han sobrevivido el paso de la pandemia?

El Congreso Nacional de Laicos supuso un antes y después en la Iglesia en España, casi no lo hemos percibido aun, pero ya nada será igual. Todo es porque el Congreso bebe de las fuentes del Concilio Vaticano II y del magisterio pontificio más reciente, lo recrea e impulsa hacia delante, lo inculturiza y lo lleva en medio de nuestro pueblo, que es el verdadero protagonista, el Santo Pueblo de Dios, sostenido e inspirado por el Espíritu Santo. Podríamos decir en gran medida que el Congreso fue uno de los precursores del mismo Sínodo que estamos viviendo a nivel universal. Los que estuvimos en todo el proceso, lo vivimos en Madrid y después, nos dimos cuenta de que algo nuevo estaba brotando. La pandemia ha sido un tiempo de purificación y cruz, que nos hizo comprender mejor la profundidad de los vivido, que ahora con el Sínodo se ha manifestado en toda su plenitud.

 

¿Cómo es la Iglesia que se dibuja de las aportaciones que han hecho los laicos para el Sínodo?

Hemos de ser conscientes de que la Iglesia está inmersa en un proceso de secularización, con una perdida objetiva de fieles y de quienes la impulsan principalmente: sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos, catequistas. Es de destacar la bajada en la celebración de los sacramentos, sobre todo, los de la iniciación cristiana y el matrimonio religioso. No obstante, en nuestra realidad diocesana esta situación se amortigua gracias a la piedad popular. Como dato positivo constatar que la acción social sigue siendo el gran activo de la Iglesia, junto al aumento de alumnos y familias en colegios de con identidad católica, así como que se mantiene el apoyo económico a través del IRPF. No obstante, constatamos que la pandemia ha acelerado estas tendencias. A ello se suma la pérdida de confianza en general en las instituciones y en la Iglesia, donde se hacen muy difíciles los compromisos a largo plazo.

Sin duda, existen dos dificultades importantes para la evangelización. Por un lado, las verdades cristianas son ahora para muchos incomprensibles y las normas morales que brotan del Evangelio para una gran mayoría se han vuelto muy difíciles de llevar adelante; por otro lado, la secularización interna, la falta de comunión, de autocrítica, han contribuido a incrementar la confianza en muchos.

 

¿Qué habría que priorizar?

La Iglesia no puede esconder su identidad, y tiene que llegar a todos, especialmente a los jóvenes a través de la cultura, la tecnología, dando respuesta ante situaciones de pérdida de referentes y del sentido de la vida, siempre desde la propuesta, la aceptación y la integración de todos. Por ello, es fundamental impulsar de forma conjunta iniciativas de primer anuncio y de renovación de la catequesis, de la formación. Impulsando la identidad y espiritualidad de los laicos católicos llamados a ser los protagonistas del nuevo impulso evangelizador. Hay que romper la inercia preocupante de la desvinculación entre la fe profesada, la pertenencia eclesial y la valoración positiva solo de las consecuencias sociales de la fe. Ya no podemos mantener por más tiempo este discurso complaciente que repetimos, sin demasiado convencimiento, que el número no importa, que vamos a un catolicismo de minorías, pero minorías mucho más comprometidas. No podemos permanecer en nuestros entornos de confort -personas y organizaciones-, no podemos optar por la supervivencia. Esto nos arrastrará a una mayor desidia e indiferencia. Nuestras comunidades no pueden ser islas, no podemos vivir nuestra fe solo desde la tranquilidad de nuestras conciencias. Hemos de salir a los caminos a anunciar a todos y con todos los medios el mensaje de Jesús.

 

¿Y cómo es esa Iglesia que, a la luz de estas aportaciones, debe resultar de este trabajo diocesano?

Pues lo primero que nos suscita es la llamada a la santidad de todos, a vivir en una Iglesia que tiene que ser madre de todos, nadie sobra, muchos faltan. Una Iglesia que tiene que curar las heridas de nuestro mundo, que nada le es ajeno, que no puede estar centrada en sí misma, que tiene que ser Iglesia de todos y para todos. Una Iglesia que es bella y santa, porque Dios mora en ella, que es Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo, una Iglesia que a pesar de nuestras miserias tiene una palabra para cada persona, para nuestra sociedad, dando sentido a nuestra existencia, con alegría y esperanza. Una Iglesia cada vez más abierta a la participación de todos, sacerdotes, consagrados y laicos, todos desde su vocación pero con una única misión, la de evangelizar. Donde las estructuras y los recursos tienen que estar al servicio de la misión, donde todos tenemos que aprender a caminar y a trabajar juntos, en equipo, a construir la comunión día a día, iniciando e impulsando proyectos concretos y no aspirando a detentar espacios de poder. Una Iglesia que tiene que estar siempre en permanente renovación huyendo del “siempre se hizo así”, dejando atrás estructuras que la lastran e ilusionándose con abrir nuevos horizontes a la acción del Espíritu Santo en medio de nosotros. Constatamos con alegría y esperanza la vitalidad de todo lo que es religiosidad popular. El laicado siente que sus pastores se esfuerzan y trabajan, pero que, muchas veces, superados por las circunstancias ambientales y personales, se desaniman y pierden la ilusión por seguir adelante, estancándose en una pastoral de mantenimiento y de servicios.

 

Se impone no perder esta inercia al trabajo en común

Todos necesitamos aprender a caminar juntos, a trazar prioridades, a impulsar proyectos, a abrir nuevos horizontes para la evangelización. Todos debemos de aprender a trabajar más en equipo (sacerdotes, religiosos y laicos), a empatizar con todos, a acoger a todos, no es imposible, está en la raíz de nuestra identidad cristiana, de la comunión, de la misión a la que todos somos llamados.

 

¿Qué conclusiones saca el delegado diocesano de dos años de trabajo prácticamente virtual en el ámbito del laicado?

Ha sido una experiencia dura pero muy enriquecedora, donde a través de la experiencia vivida online hemos descubierto que podemos trabajar de otra manera, con más eficiencia y cercanía. Necesitamos el contacto personal pero el mundo online es una gran oportunidad para todos, con sus luces y sus sombras. La Iglesia se ha dado en este tiempo cuenta de que el mundo digital, la inteligencia artificial, la fuerza de los datos, el metaverso y toda esta realidad virtual ha llegado para quedarse y está transformando nuestras vidas. Hemos también de prepararnos para evangelizar a través de internet y de todas estas realidades ya tan presentes en nuestras vidas. Pero es importante, saber que lo esencial son las personas y el trato directo, cercano con ellas, hay que estar cerca de todos.

 

Se atisban muchas conclusiones positivas de estas dinámicas…

Todas. Creo firmemente que, a pesar de las dificultades, esta ventana online que se abre al mundo será un nuevo impulso para anunciar a todos la Buena Noticia de Jesucristo.

 

Decían que saldríamos mejores ¿Puede decirse esto de la Iglesia?

Sin duda, pues, como nos recordaba san Pablo VI, la Iglesia existe para evangelizar y esta es una tarea de ayer, de hoy y de siempre. Nosotros tenemos que poner todo nuestro interés como si todo dependiera de nosotros, sabiendo que es el Señor el que lo llevará todo adelante. Esto nos deja mucha paz y una gran alegría interior que nada ni nadie nos podrá quitar. Nuestra madre la Iglesia nos ayudará a todos a vivir con esperanza los nuevos tiempos que nos quedan por vivir con la confianza de que todo lo podemos en Aquel que nos conforta.

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