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HACIA UNA IGLESIA DESPOJADA DE AÑADIDOS Y ACCESORIOS

En tiempos de Jesús muchos judíos y más en concreto muchos fariseos vivían atrapados y envueltos en una autentica maraña de mandamientos, preceptos, tradiciones, costumbres etc.; unos positivos y otros negativos. Algunos expertos en la materia hablan de unos 600.

 

En este contexto tenemos que poner la pregunta de un fariseo que se acerca a Jesús y le pregunta: “¿Cuál es el primero y principal de todos los mandamientos?”. A lo que Jesús contesta: “Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este es el primero y el principal mandamiento y el segundo es semejante al primero: Amaras a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se contiene toda la ley y los profetas” (Mateo, 22).

 

¿No te parece a ti que hoy en el siglo XXI la Iglesia, los cristianos tenemos demasiados añadidos, demasiados accesorios, demasiadas adherencias y envoltorios que oscurecen, que desfiguran, deforman y a veces ocultan y velan el verdadero rostro de la Iglesia y de Jesús? Y todo esto está produciendo una confusión y un rechazo creciente como lo podemos constatar con frecuencia.

 

Consecuentemente estamos como un poco mucho desconcertados y atrapados en esa maraña.

 

Creo que estamos en estos momentos, con frecuencia, entretenidos en cosas secundarias, en devociones, tradiciones y ostentaciones que velan más que revelan la centralidad de Jesucristo en la vida cristiana.

 

Creo que estamos necesitando con urgencia un discernimiento entre lo que es esencial y lo que es accidental, lo que es principal y lo que es secundario, lo que es sustantivo y lo que es adjetivo, lo que es nuclear y lo que es accesorio.

 

De todo esto se deduce la necesidad y la urgencia de que los cristianos salgamos de la maraña de lo que es secundario, de lo que es accidental y nos despojemos de las adherencias y del polvo del camino. Y volvamos a lo esencial, a lo fundamental cristiano, a lo nuclear del cristianismo, al Evangelio, en ultimo termino a Jesucristo muerto y resucitado, evitando un cristianismo diluido y sin cruz.

 

A este propósito recordemos aquí lo que dice el Concilio Vaticano II en la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual: (G. et Spes, 19-21).

 

Al hablar de la génesis del ateísmo en sus diversas formas y de la indiferencia crecientes, nos dice el Concilio que los propios creyentes pueden haber tenido una parte no pequeña en este fenómeno. Y al hablar de las causas señala el descuido de la Doctrina, la exposición inadecuada e incluso los defectos de la vida religiosa, moral y social de los creyentes.

 

Son palabras del Concilio que pueden ayudarnos a reflexionar seriamente. Y a continuación nos dice también el Concilio: “El remedio del ateísmo y de la indiferencia hay que buscarlo en la exposición adecuada de la doctrina y en la integridad de vida de la Iglesia y de sus miembros”.

 

Escuchemos ahora con atención las palabras precisas y medidas del Concilio: “A la Iglesia toca hacer presentes y como visibles a Dios Padre y a su Hijo encarnado con la continua renovación y purificación propias bajo la guía del Espíritu Santo”. 

 

El Papa Pablo VI insiste en la misma idea en su encíclica sobre la evangelización: “La Iglesia enviada al mundo por Jesús permanece en el mundo como signo opaco y luminoso al mismo tiempo, de una nueva presencia de Jesucristo, su partida y su permanencia entre nosotros”. 

 

Y en el mismo documento el Papa afirma que: “La Iglesia es la depositaria de la Palabra que salva y Ella enviada por Jesús, envía a los evangelizadores a predicar. A predicar no a si mismos ni a sus ideas personales, sino un Evangelio del que ni ellos ni la misma Iglesia son dueños y propietarios absolutos para disponer de Él a su gusto, sino ministros para transmitirlo con suma fidelidad”.

 

Fidelidad a Jesucristo que es el que envía, fidelidad al mensaje del evangelio, fidelidad a los destinatarios que son todos los hombres en cada momento de la historia. Ellos tienen derecho a recibir la buena noticia de la salvación sin rebajas; no un mensaje diluido y descafeinado, no un cristianismo sin cruz.

 

Tanto el Papa emérito Benedicto XVI como el Papa Francisco nos están dando un ejemplo maravilloso de una vuelta a lo esencial, a Jesucristo tanto con sus palabras como con sus gestos y actitudes y a la vez un ejemplo de un desprendimiento de los añadidos y accesorios que impiden ver el verdadero rostro de la Iglesia y de Jesús.

 

Pidamos tú y yo que el Espíritu de Dios nos ilumine y nos dé la fuerza para volver a lo esencial, a Jesucristo y nos despojemos de todo aquello que nos impida transparentar la nueva presencia de Jesucristo del mundo de hoy.

 

Seguiremos reflexionando.

 

Con el cariño de Publio Escudero.


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