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Elogio de la música polifónica

Cada vez se oye menos polifonía en las celebraciones litúrgicas de las parroquias e iglesias de nuestra diócesis. Sin embargo, la música polifónica ha estado siempre presente en la Iglesia, desde la Baja Edad Media hasta nuestros días, de modo que llegó a convertirse en un rasgo distintivo de la liturgia católica.

Polifonía es la unión de varios sonidos diferentes que se perciben como uno solo. En la práctica se refiere al canto, cuando un conjunto de voces distintas conforman una sola melodía. Si se ejecuta sin ningún tipo de música instrumental, se dice que es canto a capella, pero puede llevar acompañamiento de órgano, e incluso de orquesta. Se desarrolló a partir del canto llano o canto gregoriano, y nació en el seno de la liturgia. En la Edad Media se le consideró algo excelso, equiparable a la “música de las esferas” o música del universo, fiel reflejo de la suprema armonía de Dios.

Numerosos compositores han dedicado bellísimas partituras  a la polifonía litúrgica a lo largo de la historia, desde Victoria, Lobo, Palestrina y Cristóbal de Morales, pasando por Monteverdi, Bach, Haendel, Vivaldi y Zelenka, y siguiendo con Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert, Gounod, Fauré, Perosi, Kodaly y un larguísimo etcétera. Esos músicos compusieron numerosas misas, además de salmos, motetes, himnos eucarísticos y cantos a Jesús, María y los santos. Fue costumbre hasta no hace mucho en nuestra diócesis que las misas solemnes fueran acompañadas de canto polifónico, que interpretaban coros locales. De hecho en la provincia de Sevilla quedan corales como la de Santa María de Gracia de Carmona, “Auxilium” de Utrera, Jesús Nazareno de Alcalá de Guadaira, o la Escolanía de Los Palacios, por citar solo unos casos. En cuanto a Sevilla capital, y aparte de la coral de la Catedral, siguen en activo la de San Felipe Neri y diversas corales de parroquias, hermandades y otras instituciones.

Decía san Agustín que quien canta reza dos veces, a lo que nuestro querido arzobispo emérito don Juan José Asenjo suele añadir: “Solamente si se canta bien”. Formar una coral polifónica y que, además cante bien, no es tarea fácil, ya que requiere tesón, esfuerzo y educación musical, pero merece la pena. Ojalá que en un futuro próximo cada parroquia, hermandad e institución religiosa pueda contar con una coral capaz de interpretar la música polifónica que para la liturgia han compuesto tan grandes compositores. Porque la armonía es belleza, y la belleza eleva el alma. Que proliferen más corales de calidad, y que sus cantos sirvan para solemnizar los oficios religiosos, para alabanza y gloria de Dios.

Rafael Portillo García


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