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Elecciones en la hermandad

 

Cada tres o cuatro años, según marquen las Reglas, las hermandades han de elegir nuevo Hermano Mayor y Junta de Gobierno. Cualquier hermano que cumpla los requisitos de edad y antigüedad exigidos  y  se encuentre en una situación familiar regular puede presentarse. Así se viene haciendo desde hace muchos años,  siglos en ocasiones, con la única novedad de otorgar a las hermanas la condición de elegibles.

 

Puede ocurrir, de hecho ocurre, que en algún caso se presenten dos o más candidaturas. En principio esta circunstancia no tendría que ser ningún problema. Es más, parece que es signo de vitalidad el que varios hermanos quieran servir a su Hermandad cargándola sobre  sus hombros. El problema viene cuando el interés  por ser Hermano Mayor excede ese afán de servicio y se convierte en afán de protagonismo o, lo que es peor, de servirse de la Hermandad para alcanzar un pretendido prestigio social que no se ha sido capaz de alcanzar por sus propios medios personales o profesionales.

 

Ahí empiezan a torcerse las elecciones, que se tiñen de  elecciones políticas con todas sus características: programa, campaña, descalificación de los candidatos rivales (¡porque se les considera rivales!), mítines disfrazados de ‘reuniones informativas’ y hasta reparto de propaganda electoral en forma de folletos o de pequeños recuerdos.

 

Ese planteamiento conduce, inevitablemente, a la forzada adscripción de los hermanos a distintos bandos, con la consiguiente quiebra de la armonía propia de una institución que se dice integrada en la Iglesia y que tiene como misión la mejora de sus miembros. En definitiva: el envilecimiento de la Hermandad.

 

La solución a estas situaciones no está en dictar normas que impidan la presentación de varias candidaturas. Tampoco, aunque algo puede ayudar, en el establecimiento en Reglas de la prohibición de este tipo de actuaciones, porque los hay expertos en sortear con más o menos habilidad esas limitaciones. La solución está en el convencimiento, por parte de los hermanos y de los candidatos, de que las hermandades no se gobiernan a golpe de encuestas de opinión, promesas electorales,  ni maniobras políticas, sino de fidelidad a las Reglas. El único programa a esgrimir por quien se presente a unas elecciones en su Hermandad ha de ser el del cumplimiento fiel y delicado de las Reglas, avalado personalmente por su conducta y su trayectoria personal dentro y fuera de la Hermandad.

 

Me comentaba un Hermano Mayor, elegido en unos comicios con más de una candidatura, que el programa con el que se presentó fue exactamente ése, y que su “campaña electoral” consistió en rezar y hacer rezar para que el Espíritu Santo orientase a los hermanos a elegir lo que fuera mejor para la Hermandad.

 

Así sí.

 


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