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El programa de Evangelii gaudium

El papa Francisco expresa con una extraordinaria claridad de pensamiento las consecuencias del mandato misionero de Jesús para esta época de la Iglesia. Es imposible sintetizarlo ni siquiera someramente y se hace necesaria la lectura en profundidad del documento. Sin embargo, algún pequeño apunte puede ayudar a comprender la afirmación que “la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia”. Es una impresionante síntesis de las implicaciones en la pastoral ordinaria e incluso en la organización de la Iglesia de tomar en serio el mandato misionero de Jesús.

 

Evangelii gaudium: Un documento programático y de consecuencias importantes

El papa Francisco no ha escrito un documento más, a añadir a los muchos que ya existen; no es ese su ánimo. De la exhortación dice expresamente que su contenido “tiene un sentido programático y consecuencias importantes” (n. 25). Es, sin duda, un documento llamado a tener grandes consecuencias pastorales y a renovar la misión de la Iglesia en todos sus ámbitos, con el que la teología de la misión tendrá que confrontarse claramente en el futuro.

El capítulo primero lleva por título “La transformación misionera de la Iglesia” y parte como es lógico del mandato misionero de Jesús (Mt 28,19-20) y añade: “En estos versículos se presenta el momento en el cual el Resucitado envía a los suyos a predicar el Evangelio en todo tiempo y por todas partes, de manera que la fe en Él se difunda en cada rincón de la tierra” (n. 19). De este principio fundamental el Papa saca importantes consecuencias: Que la Iglesia debe estar “en salida” (nn. 20-24), lo que para él significa “primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar”; que hace falta una conversión en todos los ámbitos de la pastoral y “una impostergable renovación eclesial” (nn. 25-33); que hay que apuntar al “corazón del Evangelio” (nn. 34-39); que “la misión que se encarna en los límites humanos” (nn. 40-45) y que la Iglesia debe ser “una madre de corazón abierto” (nn. 46-49).

 

Para el Papa “la alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera […] Esa alegría es un signo de que el Evangelio ha sido anunciado y está dando fruto” (n. 21). Porque la semilla da fruto por sí misma (cf. Mc 4,26-29); en consecuencia “la Iglesia debe aceptar esa libertad inaferrable de la Palabra, que es eficaz a su manera, y de formas muy diversas que suelen superar nuestras previsiones y romper nuestros esquemas” (n. 22). Lo que significa: “que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro”; que “el Señor se involucra e involucra a los suyos”; que “acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean”; que sabe fructificar “cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña” y que “celebra y festeja […] cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia” (n. 22).

Por eso invita a toda la Iglesia a “una conversión pastoral y misionera”, siguiendo la llamada de Pablo VI y el Concilio Vaticano II, como exigencia de fidelidad a su vocación, y a una “impostergable renovación eclesial”. El Papa exhorta a “la reforma de estructuras que exige la conversión pastoral” y lo desgrana a todos los niveles de organización de la Iglesia: desde la parroquia al mismo papado. Invita a la "audaces y creativos" y a la "generosidad y la valentía" (n. 33) en la aplicación de las indicaciones. Pero para que sea auténtica debe fundarse en la misma entraña del evangelio: apuntar a lo esencial: “Cuando se asume un objetivo pastoral y un estilo misionero, que realmente llegue a todos sin excepciones ni exclusiones, el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario”  (n. 35). De ello saca una importante consecuencia: la necesidad de hacer un discernimiento pastoral acerca de las verdades de la fe pero también de las consecuencias morales manteniendo la organicidad de las mismas (n. 39) pero apuntando a lo esencial, adecuándose a la capacidad de la persona y ayudando a responder “al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos” (n. 39).

En este sentido y para ir a las periferias y límites humanos el Papa expresa la necesidad de “expresar las verdades de siempre en un lenguaje que permita advertir su permanente novedad” (n. 41). Francisco invita nuevamente al discernimiento para “reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio” (n. 43). Porque el objetivo es conseguir “sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día” (n. 44).

Todo ello hará “una Iglesia con las puertas abiertas” (n. 46), “la casa abierta del Padre” (n. 47), que asume el “dinamismo misionero” para “llegar a todos, sin excepciones”, sobre todo los pobres, porque “existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres” (n. 48). E insiste el Papa en que “prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro” (n. 49).

OMP


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