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Domingo XXIV del Tiempo ordinario (ciclo A)

No te digo que le perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete

En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».  Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.  Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados.  Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos.  Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.  El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.  Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.  Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: “Págame lo que me debes”.  El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.  Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.  Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.  Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste.  ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”.  Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.  Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

 Mateo 18, 21‑35

 

Comentario de Antonio J. Guerra

Eclo 27,30-28,7; Sal 102; Rm 14,7-9; Mt 18,21-35

Al final del cuarto discurso, llamado “eclesial” (18,1-19,1), que trata del comportamiento recíproco dentro de la comunidad de los discípulos, Jesús vuelve a abordar el tema del perdón. Jesús vincula inseparablemente nuestro perdón al perdón que viene de Dios, algo así como: “no nos perdones, Señor, si no nos hemos perdonado nosotros”. La pregunta de Pedro deja claro que la obligación de perdonar del discípulo está ahí, pero ¿hasta cuándo? La respuesta de Jesús no deja lugar a dudas: setenta veces siete es lo mismo que decir SIEMPRE.

La parábola que se narra a continuación señala los motivos y despierta la comprensión de por qué estamos obligados a perdonar sin medida. Cuando lo normal es tener una mirada restringida que se fija sólo en la relación entre yo y mi deudor, se comprende la duda de Pedro: ¿por qué tengo que estar continuamente soportando las ofensas? Jesús introduce en esa mirada a Dios y al perdón que yo he recibido de él. La parábola quiere mostrarnos la deuda inmensa que tenemos con Dios y la gran misericordia que él usa con nosotros. En la primera parte de la parábola (18,23-27) el dueño conoce la situación desesperada del siervo que le debe una cantidad impagable, y actúa con compasión condonándole toda la deuda. En la segunda parte (18,28-30) el deudor agraciado se encuentra con un compañero que tiene con él una pequeña deuda, infinitamente menor que la que el dueño le ha perdonado; se comporta con él despiadadamente y sin misericordia. Llega a oídos del dueño (18,31-34) que lleno de cólera lo meterá en la cárcel. La falta de misericordia de este siervo malvado le vale la pérdida del beneficio recibido. Así se comportará Dios con los que no perdonan de corazón.

Para profundizar:

  1. Tenemos la tendencia de llevar cuentas del mal y de volver una y otra vez sobre ello. Este registro de las ofensas ¿qué bien aporta?
  2. ¿Qué razones nos obligan a perdonar?
  3. ¿Por qué crees que Jesús recomienda con insistencia el perdón?

 

 


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