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Domingo V del Tiempo Ordinario


Evangelio según San Lucas 5,1-11.


En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret.

 


Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes.

 


Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca.

 


Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: "Navega mar adentro, y echen las redes".
Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes".


Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse.

 


Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador".

 


El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres".

 


Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.

 

 Comentario de Antonio Guerra 

 


Tanto la primera lectura como el evangelio de este domingo siguen el esquema bíblico de las llamadas a colaborar con Dios en la salvación del pueblo. El esquema tiene un primer movimiento en el que Dios “atrae” de manera irresistible al llamado, haciéndole pasar una intensa experiencia religiosa. El segundo movimiento es “centrífugo”, en el que el llamado es enviado de nuevo a su pueblo, repleto de fuerza y de valor para obrar en favor del mismo: “¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí?” (Is 6,8), “No temas, desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5,10).

 


La llamada de Dios a colaborar en su plan salvador provoca en el “llamado” un rechazo motivado por su ser pecador, ya que se siente indigno de tal elección y la consecuente misión que le encomienda el Señor. Tanto en la primera lectura como en el evangelio aparece la condición pecadora de estos misioneros: “¡estoy perdido! ¡Yo, hombre de labios impuros!” (Is 6,5), “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador” (Lc 5,8). Este rechazo humano no sólo no es aceptado por Dios, sino que viene acompañado de un gran consuelo divino que sostiene con su gracia al enviado: los carbones que purifican los labios de Isaías, las palabras de Jesús a Pedro “No temas”. El mismo san Pablo lo refiere en la segunda lectura de este domingo: “he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1Cor 15,10).

 


 La respuesta del elegido no puede ser otra que la disponibilidad total. A la invitación de Jesús de ser pescadores de hombres hacemos nuestra la respuesta de Isaías: “aquí estoy, mándame” (Is 6,8). Nos aventuraremos en la Barca de Pedro a remar mar adentro confiando en la Palabra de Jesús. Con el Salmo 137 daremos las GRACIAS por poder participar en tan sublime misión, sabiendo que el Señor completará sus favores con nosotros. “Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos”.

 

 


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