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Domingo IV de Pascua (ciclo C)

 

Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco. Ellas me siguen, y yo les doy vida eterna. Nunca perecerán y nadie las arrebatará jamás de mi mano.
 
Aquello que el Padre me ha dado lo superará todo, y nadie puede arrebatarlo de la mano de mi Padre.
 
Yo y el Pad re somos una sola cosa.»
 
 
Comentario de Miguel Ángel Garzón 
 
 
Hoy las lecturas nos sitúan en el camino de la Iglesia guiada por el Buen Pastor. Mientras la primera lectura nos lleva a los momentos iniciales de la Iglesia peregrina, y la segunda lectura a la consumación de la Iglesia triunfante, el evangelio dirige la mirada al pastor que conduce este pueblo de salvados desde un punto a otro.
 
 
El pasaje de los Hechos de los Apóstoles narra el momento en el que Pablo, acompañado por Bernabé, decide dedicarse a la evangelización de los gentiles. Se subraya la persecución que sufren. Pero en medio de las dificultades sobresale la creciente difusión de la Palabra de Dios y la alegría de la comunidad cristiana que queda llena del Espíritu Santo. Así, la Iglesia peregrina va caminando gozosa hacia su consumación en medio de tribulaciones.
 
 
El Apocalipsis presenta este punto de llegada en la grandiosa visión de Juan sobre la muchedumbre inmensa de los salvados de todas las naciones. Este pueblo universal es la Iglesia triunfante. Ha finalizado el tiempo de la tribulación y la muerte. La comunidad lleva a cabo una liturgia eterna de alabanza delante del Cordero, cuya sangre ha blanqueado sus túnicas haciéndolos partícipes de su resurrección. El Cordero, paradójicamente, es para siempre su pastor, que los conduce hacia las fuentes de agua de vida eterna.
 
 
El salmo y el evangelio retoman esta imagen del Pastor. El pueblo de Israel se valió de esta popular y entrañable imagen para representar la elección y la Alianza: somos el rebaño de Dios, pastor misericordioso y fiel (Sal 99). Jesús de Nazaret asume esta imagen y se presenta a sus discípulos como el buen Pastor que conoce a sus ovejas y ellas conocen su voz y le siguen. Por esta mutua fidelidad en la llamada y la respuesta reciben la vida eterna que Él les da entregando su propia ida. Es el rebaño del Padre que ha entregado en mano-poder del Hijo. Nadie se las arrebatará. Las llevará a las manos del Padre, para que participen de la comunión de amor del Padre y el Hijo.
 

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