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Dolor, amor, hermandades

Las hermandades entienden de dolor humano. Los hermanos mayores y las comisiones de caridad conocen bien hasta qué punto el dolor forma parte del hombre. Dolor físico, enfermedades, fracasos, traiciones, disgustos, abandonos, indiferencia, soledad,… De la misma manera que la noche no “interrumpe” al día, podemos asegurar que el dolor no es una interrupción, una anomalía en la vida de cada uno. Forma parte de él.

Amor y dolor constituyen un binomio inseparable. Sólo el amor da sentido al dolor. El dolor, como la felicidad, afectan a la persona en su globalidad: en el plano racional y en el de los sentimientos; en su cuerpo y en su espiritualidad. Por eso el dolor le hace al hombre descubrir nuevos horizontes de comprensión sobre el sentido de la vida y el valor de las relaciones humanas. Ahí tienen un importante campo de acción las hermandades, creando relaciones humanas de calidad: amor gratuito. “Es la primera vez que me siento querida a cambio de nada”, explicaba una joven madre, sola, a una mujer de la comisión de caridad de la hermandad que iba todas las semanas a tomar café con ella y hacerle un rato de compañía.

La Virgen, titular indiscutible de nuestras hermandades es, también aquí, referencia indispensable. La maternidad siempre conlleva amor y voluntad rendida de servicio; pero en Ella de modo especial. Por eso, por ser su amor más grande,  sufrió más intensamente durante la vida y la Pasión y Muerte de su Hijo, y por eso fue capaz de la mayor expresión de amor gratuito: poner activa y voluntariamente su dolor al servicio de la Redención.  Con su actitud nos marca camino, ya que forma parte del plan de Dios que la aplicación a cada alma individual de la Redención alcanzada por Cristo sea hecha por los mismos hombres; por ello, todos somos dispensadores en la administración de las gracias. Los principales medios con que contamos para ello son el amor, la oración y el ofrecimiento del dolor que, asociado a los padecimientos de Cristo y su Madre, adquiere así valor corredentor.

Ese es el sentido del dolor en la vida humana: asociarlo a la Redención. Los responsables de las hermandades y todos los hermanos que se acercan a ella están especialmente cerca de esa experiencia del dolor, que no les debe abatir, como algo negativo, sino que ha de integrarse en el amor y en espíritu de corredención.

Las hermandades, como decimos, son expertas en conocer y acercarse al dolor de los demás (también a sus alegrías), por eso han de ser también  expertas en saber dotarlo de sentido. Son situaciones especialmente a propósito para hacer crecer a la Hermandad, y con ella a los hermanos, en cohesión y en vida interior.  No conviene desaprovecharlas.

 

 


1 comentario

  1. Beatriz Melguizo 12:48, Jun 01, 2015

    Preciosa reflexión Ignacio. Gracias por tus palabras tan llenas de sabiduría y amor hacia el hermano. Dios te bendiga!

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