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CENTRANDO LOS TEMAS

gran-poderLa clausura del Año de la Misericordia y la celebración del Jubileo de  las Hermandades de la Archidiócesis, presidida por el Señor del Gran Poder, ha sido la oportunidad para que el Arzobispo de la Archidiócesis se haya dirigido a las Hermandades y Cofradías, recordándoles  su misión.

La Carta Pastoral de esta semana y la homilía pronunciada en la Misa del Jubileo de Hermandades han sido las ocasiones elegidas por el Prelado para fijar conceptos y proponer líneas de actuación, en el ejercicio de la triple misión de enseñar, gobernar y santificar que le atribuye el Catecismo y el Código de Derecho Canónico.

¿Cuáles son los mensajes dirigidos a los hermanos y especialmente a los responsables de las Hermandades, «una de las preocupaciones relevantes de  mi ministerio», como él mismo asegura?

Trato de sintetizarlos:

1.- Las Hermandades brindan a la Iglesia un gran potencial religioso y evangelizador, pues son para sus miembros, lo mismo que la Iglesia, camino, medio e instrumento para el encuentro con Dios. Han sido camino de formación y de fe para muchos cristianos y han amortiguado entre nosotros los efectos de la secularización.

2.- Anima a los  Directores Espirituales, Hermanos Mayores y Juntas de Gobierno a que custodien con mimo sus mejores esencias, que mantengan con nitidez y sin equívocos su clara identidad religiosa y que no consientan que los aspectos sociales o culturales de las Hermandades, relativos y secundarios, se impongan sobre lo que debe constituir el corazón de las Hermandades, que son, ante todo y sobre todo, asociaciones públicas de fieles con una finalidad muy clara: el culto, el apostolado, la santificación de sus miembros y el ejercicio de las obras de caridad.

El cristianismo, recuerda el Arzobispo con palabras de Benedicto XVI, no es primariamente un hecho cultural, ni un sistema ético, ni un sentimiento, ni un conjunto de tradiciones por bellas que sean. El cristianismo es, ante todo, el encuentro con una persona, Jesucristo.

3.- Recuerda que de poco servirían unos cultos esplendorosos, si la primera preocupación de los cofrades no fuera su propia santificación, el amor a Jesucristo y a su santa Iglesia, la comunión fraterna, la unidad en el seno de la Hermandad y la comunión con los pobres. Estaríamos ante una enorme fachada de cartón piedra, detrás de la cual sólo existe el vacío.

4.- Insiste en  la importancia de la formación, pues sólo se ama aquello que se conoce bien. Sólo podremos dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza si conocemos el misterio y la persona de Jesús y las verdades capitales de la fe y de la moral cristianas. «Más de una vez he afirmado, reconoce el Arzobispo,  que a mí me bastaría con que los cofrades conocieran en profundidad el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica. No les exigiría mucho más».

5.- En el momento presente, más que en épocas pasadas, la Iglesia en Sevilla necesita cofrades convertidos, cofrades espiritualmente vigorosos y conscientes del tesoro que poseen y de la misión que les incumbe; cofrades orantes y fervorosos, que viven la comunión con el Señor, con la parroquia, con los sacerdotes, con los obispos y con todos los que buscamos el Reino de Dios; cofrades que tienen corazón de apóstol, cofrades que rezuman misericordia, que se preocupan de los pobres y de los que sufren y que aspiran seriamente a la santidad.

Cofrades  libres ante cualquier tipo de poder. Que eviten  la emulación y los gastos inmoderados, que muchas veces son una ofensa a los pobres, que deben estar muy en el corazón y en el centro de los  afanes y programas de las Hermandades.

6.- Apunta, por último,  a lo  nuclear y decisivo en la  vida corporativa de la Hermandad, «en la que si son importantes vuestros cultos, vuestra convivencia fraternal en las casas de Hermandad, vuestras procesiones y estaciones de penitencia, los estrenos y la estética, que con tanta profusión destacan los medios de comunicación, lo es incomparablemente más vuestra vida cristiana honda, ejemplar, orante y fervorosa. Poned en el horizonte de vuestra vida a Jesucristo, sin excusas banales, sin dudas ni miedos. No olvidéis que la primera finalidad de vuestras corporaciones, según la mente de la Iglesia, es el crecimiento de la vida cristiana de sus miembros, hombres y mujeres que en su vida privada, en su vida familiar, en sus profesiones y en sus relaciones económicas, hacen honor a la fe que dicen profesar».


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