Carta Pastoral ‘En apoyo de la Pastoral Vocacional Diocesana’

Carta Pastoral ‘En apoyo de la Pastoral Vocacional Diocesana’

Queridos hermanos y hermanas:

Hace algunas semanas visité el Seminario Menor. Me reuní con los formadores, después me entrevisté con cada seminarista, les celebré la Santa Misa y compartí con ellos su cena sencilla y frugal. Espero que los formadores no se molesten si digo que los encontré un tanto desalentados por la desproporción entre su esfuerzo y los resultados en el campo de la pastoral vocacional. Me manifestaron que en los dos últimos años ha descendido un tanto la pastoral de los monaguillos y el número de los que acuden a las convocatorias mensuales en el Seminario y al campamento que cada año se celebra en Guadalcanal.

De mi cosecha quiero añadir que en mis viajes a las parroquias apenas encuentro monaguillos, que son una especie en peligro de extinción. En la mayor parte de las ocasiones sirven al altar personas mayores, aficionadas a lo religioso y a la liturgia. Sin embargo, sigue siendo cierto que el mejor vivero de vocaciones en una parroquia es el grupo de monaguillos. Los papas san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco fueron monaguillos, lo han sido también muchos obispos. Es el caso de un servidor, como es el caso también de muchos hermanos sacerdotes. Prometí a los formadores del Seminario Menor escribir una de mis cartas semanales lanzando un SOS con destino especialmente a los sacerdotes.

El Señor necesita colaboradores para cumplir la misión recibida del Padre. A través de humildes instrumentos humanos, el Señor ha de seguir predicando, santificando, perdonando los pecados, sanando las heridas físicas y morales, consolando a los tristes, enseñando a los ignorantes y acompañando a quien se siente solo o abandonado. Son las distintas vocaciones que el Espíritu suscita en su Iglesia para cumplir la misión de Jesús al servicio del Pueblo de Dios.

Me dirijo a los sacerdotes y también a los consagrados. A todos ellos urge antes que a nadie esta pastoral preciosa. Os recuerdo con el papa Francisco, que el testimonio de nuestra entrega suscita vocaciones por contagio, en este caso benéfico. Invitad a los jóvenes a plantearse su futuro vocacional, orad con vuestras comunidades por las vocaciones, cultivad la pastoral de los monaguillos que, como acabo de decir, ha sido siempre venero de vocaciones sacerdotales y religiosas, y sobre todo, procurad que vuestra vida sencilla, entregada, pobre, casta y alegre, suponga una invitación expresa para que muchos jóvenes se decidan a seguir nuestra vocación.

Quiero dirigir también una palabra a los jóvenes, chicos y chicas. Queridos jóvenes:  estáis viviendo una etapa trascendental, en la que tratáis de diseñar vuestro futuro. Yo os propongo un camino apasionante y fecundo para vuestra realización personal: seguir a Jesús en el sacerdocio o en la vida consagrada. Como san Pablo después de su conversión, preguntad también vosotros al Señor: “¿Qué quieres que haga?”, ¿qué quieres que haga con la vida que me has regalado?, ¿qué quieres que haga por ti?, y mostradle vuestra entera disponibilidad, sin planes previos y con una gran confianza.

Un amigo de Jesús no diseña su existencia sin contar con el Señor. Las grandes decisiones sobre nuestro futuro hemos de tomarlas con Él, con espíritu de fe, obediencia y amor, arriesgándonos a ponernos a su alcance para que Él tome y conquiste nuestra vida, la convierta, posea y oriente al servicio del Evangelio, de la Iglesia y de los hermanos. Esta es la única forma de acertar. Esta es la puerta estrecha que da acceso a la felicidad, de la mano del Señor. Es la mejor forma de emplear la vida, guiada y poseída por Él y abierta a los hermanos.  Él nos ha dicho que “no hay amor más grande que el de aquel que da la vida por sus amigos”. Él ha prometido recompensar con el ciento por uno a quien entregue su vida por Él y por el Evangelio. A Él le pido que os conceda un corazón generoso.

Me dirijo por fin a todos los fieles de la Archidiócesis para decirles que la pastoral vocacional no es tarea de un solista, sino una tarea coral en la que todos podemos participar a través de la oración, que es el alma de toda pastoral. Por ello, invito a todos los fieles a pedir insistentemente todos los días, “al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Os pido también que os impliquéis en esta pastoral, que es tarea no sólo de los sacerdotes, sino de toda la comunidad cristiana, catequistas, educadores y padres. Las familias cristianas han sido siempre el manantial del que han surgido las vocaciones. Un clima familiar sereno, alegre y piadoso, iluminado por la fe, en el que se acoge y celebra el don de la vida, y en el que se vive la comunión y la unidad entre sus miembros, favorece el florecimiento vocacional. De ahí la relación estrecha entre Pastoral Vocacional y Pastoral Familiar.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

 


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