V Domingo del Tiempo Ordinario
Curó a muchos enfermos de diversos males
En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca».
Él les responde: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido». Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
Marcos 1, 29-39
Comentario bíblico por Álvaro Pereira
En la primera lectura, Job expresa su pequeñez y finitud. Sus días son como la lanzadera del telar y su vida, como un soplo siempre fugaz. A pesar de los avances de la técnica, y de nuevas ideologías que nos hacen sentirnos omnipotentes, todos experimentamos en el fondo del corazón esta pequeñez, que se hace tozudamente evidente cuando padecemos la enfermedad.
En el evangelio contemplamos a Jesús, el médico divino (Mc 2,17), que sana a la suegra de Pedro y a otros de sus enfermedades. Pero, ¿cómo entender estos milagros? Si Jesús es tan bueno, ¿por qué no curó a todos los enfermos de su época? Y, ¿por qué no nos sana a nosotros?
Los evangelios tratan de mostrar que los milagros no son un fin en sí mismos. Aquellos a quienes Jesús curó también murieron más adelante. Sus milagros son, más bien, signos que apuntan a un mundo nuevo; fogonazos de luz en una tierra de sombras; experiencias especiales de salvación, ayuda e integridad en un mundo aún atenazado por la desgracia y el sufrimiento.
Por eso, el evangelista dice que la suegra de Pedro “se levantó”, tras ser curada, verbo que después utilizará para la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,42) y la del propio Jesús (16,7). Los milagros son, así pues, anuncios de resurrección. Por eso tras ser rescatada del poder de la muerte, la mujer hace lo mismo que Jesús: ponerse a servir (1,31).
En conclusión, los discípulos de Jesús, aunque todavía sufran el poder del pecado y de la muerte, están ya de la parte del día: experimentan el poder de su resurrección y sirven como el Maestro, que “no vino a ser servido, sino a servir y dar la vida en rescate por muchos” (10,45).
Orar con la Palabra
- Lee la primera lectura de Job, ¿también sientes en ocasiones tu pequeñez? Suplica al Señor el don de la esperanza. Nada somos, pero con Él todo lo podemos.
- San Pablo expresa en la segunda lectura su ardor evangelizador, ¿Eres misionero/a en tus ambientes o te da miedo?
- ¿Vives la enfermedad con esperanza, sabiendo que la última palabra no la tiene la muerte, sino la resurrección del Señor?