Solemnidad de la Santísima Trinidad
Dios mandó su Hijo al mundo, para que se salve por él
En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo:
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Juan 3, 16‑18
Comentario de Pablo Díez
Ex 34,4b-6.8-9; Dn 3,52-56; 2Cor 13,11-13; Jn 3,16-18
Ex 34,9 expresa el núcleo de la fe que Israel aprendió a estimar en su propia experiencia vital. No aquella tradición gloriosa según la cual Dios los eligió como pueblo con el que concertar su alianza y habitar en medio de ellos, sino la que constata que Yahvé sigue manteniendo su propósito original con una nación pecaminosa. En efecto, aunque el pueblo, quebrantado el pacto, no es ya aquel que puede afirmar con seguridad: “cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor” (Ex 19,8a), paradójicamente, el Dios que se da ahora a conocer por su propio nombre como el Dios de la misericordia, pone de manifiesto este atributo perdonando al pueblo pecador.
La realización definitiva de este proyecto divino para con su pueblo se lleva a cabo por Jesucristo, que es presentado como el don del Padre a la humanidad para evitar que queda abandonada en su desesperación y su pecado e invitarla a la vida divina (Jn 3,16). Pero, no se trata de un cheque en blanco, el hombre debe optar, acoger mediante la fe este acto supremo del amor de Dios (Jn 3,18), que tiene su origen en la encarnación y su ápice en la cruz, y expresarlo en su existencia mediante la conversión a través de la gracia que trae Jesucristo, la paz fruto del amor de Dios y la comunión de vida obrada por el Espíritu, tal como lo expresa el apóstol en su fórmula trinitaria de saludo (2Cor 13,11.13).
Orar con la Palabra
- La oferta de perdón que llama a salir del pecado.
- Reconciliados en Cristo.
- Vivir la comunión como don del Espíritu.
