Homilía del Corpus Christi (07-06-12)

Homilía del Corpus Christi (07-06-12)

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI

Sevilla, Catedral. 7-VI-2012

 

1.     “Glorifica al Señor Jerusalén, alaba a tu Dios Sión”. Con estas palabras del salmo 147, con que el pueblo de Israel bendecía a Dios después de librarle del hambre en tiempo de sequía, nos señala la liturgia las actitudes de adoración, gratitud y alabanza con que la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, celebra hoy la solemnidad del Santísimo Corpus Christi, de tanta tradición y esplendor en nuestra catedral, de cuyo fervor por el Sacramento son buena prueba las bellísimas alhajas eucarísticas que atesora, singularmente la impresionante custodia que en el último cuarto del siglo XVI labrara Juan de Arfe, sin duda una de las más ricas y hermosas de toda la Cristiandad. Quiera Dios que hoy como ayer brille en nuestra ciudad la fe en este sacramento, que es la fuente y cima de toda la vida cristiana, y que vivamos las consecuencias que de su celebración consciente se derivan.

 

2.     La Eucaristía es el sacramento de la presencia amorosa de Cristo en medio de nosotros. El Señor está presente en el mundo de múltiples modos: a través de su Palabra, en las comunidades que se reúnen en su nombre, en los ministros que le representan y en cada uno de nuestros hermanos. El Señor está presente también de algún modo en las reliquias de su paso por la tierra, por ejemplo en el fragmento del lignum crucis, que conserva el tesoro de nuestra Catedral en un relicario del siglo XIV. La Eucaristía es, sin embargo, mucho más que una reliquia de la vida histórica del Señor. Es incomparablemente más que una talla o un lienzo que lo representa, tan abundantes y bellos en esta iglesia, madre de todas las iglesias de la Archidiócesis. En la Eucaristía no veneramos una imagen, sino al mismo Jesús, vivo, glorioso, resucitado, presente entre nosotros de manera real, verdadera y sustancial. En ella cumple su promesa de estar “con nosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). En ella se nos hace cercano, amigo y compañero de camino.

 

3.     En la Eucaristía el Señor no es un objeto de museo cuya belleza nos es dada contemplar. Jesucristo está presente en ella con todo el poder y la gloria del resucitado, con todo el dinamismo de su divinidad. Desde su ocultamiento en las especies de pan y vino es el cauce permanente de la efusión del Espíritu en la Iglesia y en el mundo. En esta mañana del Corpus Christi, honramos en nuestras calles esta presencia divina tan cercana y festejamos llenos de gratitud con nuestros cantos a quien ha querido quedarse para siempre entre nosotros en el sacramento de la Cena.

 

4.     En la Eucaristía el Señor está presente  corporalmente y tiene derecho a esperar de nosotros una correspondencia proporcionada. Todo lo que somos, incluso nuestra dimensión corporal, debe implicarse en el culto de adoración al Santísimo Sacramento. No nos cansemos de acudir cada día a visitarlo, de doblar las rodillas para adorarlo, de pasar largas horas ante esta presencia estimulante y alentadora, que además abre nuestra vida a una perspectiva de eternidad, porque la Eucaristía es prenda y anticipo de la gloria, en la que estaremos eternamente con el Señor. Que nuestra Catedral, que es conocida en todo el mundo por sus dimensiones magnificas, por su  majestuosa belleza y por la magnificencia de su custodia del Corpus, se distinga también por la devoción y el culto eucarístico. Parafraseando un bello mármol de la Catedral de Chartres, nuestra Catedral no es solamente “splendor et gloria civitatis”, esplendor y gloria de la ciudad, sino sobre todo “splendor et gloria Dei”, esplendor y gloria de Dios, porque esta hermosura deslumbrante ha sido creada, conservada, acrecentada y cuidada con mimo por los Arzobispos, los Cabildos y por los sevillanos de todas las épocas para la gloria y la honra del Señor sacramentado.

 

5.     No dejemos que la perspectiva cultural y el turismo ahoguen o desvirtúen esta finalidad fundamental, primigenia y casi única de nuestra Catedral. Que los cientos de visitantes que cada día traspasan sus umbrales, perciban desde el primer momento que han llegado a la casa del Dios vivo y al santuario de su presencia. Que de algún modo se sientan invitados a participar en la mesa del Señor, a saludarlo, visitarlo y adorarlo. En este sentido, caben muchas iniciativas, aunque sean sencillas y modestas, que podríamos estudiar y concretar, como caben también iniciativas fecundas en el campo de la evangelización a través del patrimonio cultural, una de las finalidades originales de nuestros tesoros religiosos y culturales, tan grandes y numerosos en este templo singular.

 

6.     La Eucaristía es además mesa santa en la que el Señor se convierte en alimento del caminante, viático del peregrino y banquete en el que el Señor nos invita a participar cuando nos dice: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,53). Efectivamente, en la última cena Jesús instituye la Eucaristía también como banquete y alimento. Lo hace después de proclamar el mandamiento nuevo y de lavar los pies a los Apóstoles. Con este gesto nos presenta un programa de vida basado en el amor, en la entrega a los hermanos, en el perdón y en el espíritu de servicio. Cuando el Señor propone una tarea, da también la fuerza necesaria para cumplirla. La tarea del amor servicial y gratuito a los hermanos sólo es posible vivirla con la gracia y la fuerza interior que nos brinda la Eucaristía. Jesús, que se nos entrega en este sacramento, por medio de su Espíritu, infunde en nuestros corazones su propio amor para que hagamos de nuestra vida una donación de amor, para que seamos justos y pacíficos, para que trabajemos por la justicia y por la paz, para que seamos capaces de perdonar, acoger y servir.

 

7.     Un templo en el que se celebra la Eucaristía ha de ser lugar del que brotan iniciativas a favor de los más pobres y desfavorecidos, de los últimos, de aquellos que van quedando en las cunetas del desarrollo social. Leyendo la historia de la Iglesia, comprobamos que las catedrales han sido siempre hogares de caridad. En ellas se ha repartido secularmente el pan de los pobres y ha funcionado el arca de la misericordia para dar ropa, alimento y calzado a los necesitados. Los hospitales de los cabildos, tan frecuentes en las ciudades episcopales, han sido el último refugio de los enfermos más pobres, de aquellos a los que todos rechazaban. Yo me congratulo de que nuestro Cabildo sea sensible a esta dimensión de la Eucaristía, colaborando ejemplar y generosamente con las obras sociales y caritativas de la Archidiocesis. Es digno de todo encomio su interés y esfuerzo por la conservación y restauración del edificio y singularmente del presbiterio y retablo mayor de nuestra catedral, verdadero Sancta Sanctorum de nuestro primer templo diocesano. Que como exigencia de la celebración del sacramento del amor no decaiga nunca su compromiso, y el de todos los miembros de la Iglesia diocesana, por servir a los últimos, a aquellos hermanos nuestros en los que Cristo se esconde y que figuran en el primer plano del corazón de Dios.

 

8.     En la solemnidad del Corpus Christi la Iglesia en España celebra el día de Caritas, el día nacional de la caridad, en este año bajo el lema ?No  busquemos nuestro  propio interés, sino el bien de todos?. Como bien sabéis, queridos hermanos y hermanas, los cuatro últimos años están siendo especialmente duros para los pobres, los parados, los inmigrantes, los sin techo, y para cientos de familias que sufren las consecuencias de la grave crisis económica que padecemos. Los técnicos, los voluntarios de Caritas y los párrocos nos dicen que están desbordados. Han aumentado espectacularmente las demandas. Cada vez son más las personas que solicitan ayuda para pagar la hipoteca, el alquiler de su vivienda, los recibos de la luz y del agua, mientras las parroquias reclaman a Caritas alimentos para distribuir? Estamos ante lo que algunos han llamado con razón una verdadera emergencia social, que genera dolor sin cuento, desesperanza y  múltiples sufrimientos. Nuestra participación en la Eucaristía exige de nosotros, hoy más que nunca, signos de perdón y de reconciliación, signos de fraternidad, un género de vida más austero, por solidaridad con los que nada tienen y para poder compartir con ellos no sólo lo que nos sobra, sino incluso aquello que estimamos necesario. El Papa Benedicto XVI en la exhortación apostólica Sacramentum caritatis, nos dice que la Eucaristía es una llamada a la caridad y a la entrega de sí a los hermanos, pues “la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo” (88).

 

9.     No quiero terminar mi homilía sin recordaros que para acercarnos a este sacramento son necesarias las disposiciones interiores. Nadie puede acceder a él con conciencia cierta de pecado grave. Por ello, el sacramento de la penitencia, instituido por Jesucristo para el perdón de los pecados, está íntimamente ligado al sacramento del cuerpo y de la sangre del Señor. Después del bautismo y de la eucaristía no hay sacramento más hermoso, ni de más interés pastoral. Queridos hermanos sacerdotes: comencemos valorando y estimando nosotros este sacramento para que lo valoren los fieles, como nos pedía el Santo Padre en su carta a los sacerdotes en el Jueves Santo del año 2002. ¡Cuánto bien hace el Señor a las almas a través de nuestro ministerio en este sacramento, el sacramento de la reconciliación con Dios y con la Iglesia, el sacramento de la paz, de la alegría y del reencuentro con Dios!

 

10.   Quiera Dios que en nuestra Catedral no falten nunca ministros dispuestos a entregarse a este ministerio tan hermoso, sacerdotes deseosos de servir a sus hermanos el perdón de Dios, sacerdotes que se enriquecen y se santifican ejerciendo este ministerio de salvación. Gracias a este sacramento, podemos acercarnos dignamente al sacramento del altar, al que en esta mañana veneramos y honramos con el culto de nuestras vidas, con nuestras aclamaciones y con nuestros cantos. En verdad, Dios está aquí; venid adoradores, adoremos a Cristo redentor. Amén.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla

 


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