Archidiócesis de Sevilla

Buenos días. El principal motivo por el que he decidido enviarles este mensaje es sencillamente por pura necesidad. Cuando la vida en momentos concretos te castiga sin motivo, razón o causa justificada, los horizontes se oscurecen, la esperanza se debilita y la propia fe se desvanece. Es justo lo que ahora, en estos precisos instantes, experimento. Un proceso que parece no tener fin y que, en cierto modo, determina tu razón de ser.
Mi nombre es Fernando Navarro García, natural de Constantina (provincia de Sevilla). Desde mi más tierna infancia tuve el gran privilegio de saber lo que quería hacer. Tenía verdadera pasión, admiración y devoción por la enseñanza. Me planteé como objetivo convertir ese sueño en una realidad. A la edad de 18 años, me trasladé a Sevilla. Conviví en el Colegio Mayor San Juan Bosco, donde aprendí a descubrir el valor de la constancia mezclada con la fe y la esperanza. Me licencié en el año 2004 y decidí opositar. Cuatro años más tarde, tras aprobar el examen de oposición, sentí lo que es la injusticia. Aquellos años de dedicación extrema, de trabajo intenso y de constante esfuerzo, quedaron en vano. Todos decían que aprobar una oposición te garantizaba una interinidad y, por tanto, perspectivas de futuro. No fue así. La terrible crisis económica, ya muy consolidada por entonces, “paralizó” la bolsa de empleo durante dos años. Una vez transcurridos, me expulsaron de la misma, sin el más mínimo reconocimiento. Sin embargo, no caí en la tentación de la desesperanza. Decidí probar suerte en el ámbito concertado. Y, por increíble que parezca, logré trabajar en un colegio salesiano ubicado en Badajoz, durante casi prácticamente cuatro años (2011-2014). A día de hoy, admito que fue una gran experiencia, no ya por el hecho de que desempeñaba la profesión de mi vida, sino también porque conviví con alumnos y alumnas de una bondad y madurez infinitas. Todavía los tengo en mi mente. Se suele decir que todo ser humano es fruto de sus recuerdos, algunos de los cuales, quedan anclados en el pasado y sepultados por las arenas del tiempo. En mi caso no es así. Aquellos momentos que viví y compartí forman parte de mi presente y de mi propio futuro porque, en cierto modo, me hicieron crecer como profesional y como persona. Desgraciadamente, aquella historia llegó a su fin.
Fiel a mis creencias de no dejarme vencer por la desilusión, proseguí con la búsqueda. Amplié mi margen de actuación. Me puse en contacto con colegios concertados de toda España recurriendo a páginas webs que descubrí tales como scholarum, educateca, educaragón o educantabria. Envíe 3770 currículums. Mereció la pena. Recibí una llamada del director de los colegios diocesanos de Ávila, Don José María Valle Soberón concediéndome la oportunidad de trabajar primero, en el colegio Pablo VI y, posteriormente en La Asunción de Nuestra Señora, cubriendo en ambos casos bajas por enfermedad y maternidad. Una vez más, fui inmensamente feliz. La experiencia adquirida en Badajoz renacía de nuevo. Seguía siendo aquel profesor que enseñaba, entusiasmaba y fortalecía el espíritu de un alumnado preso, en la mayoría de los casos, de incertidumbres e inseguridades.

Dicha historia también llegó a su fin. Era junio de 2016. Tres meses más tarde trabajé en el colegio Altair perteneciente al Opus Dei cubriendo una sustitución por paternidad. Al concluir mis servicios, no era consciente de que comenzaba una etapa negativa ya que, desde entonces hasta a día de hoy, no he podido encontrar un nuevo colegio que tenga a bien aceptarme en su seno. Esta vez envié más de 6000 currículums. Pero no ha habido suerte. Es entonces cuando comienzas a formularte preguntas encabezadas por un por qué y carentes de respuesta. Te autoanalizas. Pides en tus oraciones que esta pesadilla acabe. Sufres no sólo por ti sino por tus padres, que, gracias a Dios se conservan bien, pero los años transcurren y no perdonan. Mantienen una actitud positiva, pero percibo de ellos dolor interno. Ese es el verdadero castigo, el ser consciente que, de manera indirecta, estás haciéndoles sufrir ante un hecho que parece irreparable. Afortunadamente, somos creyentes y nos aferramos a la fe. Aunque también admito que cuando la tristeza llama a las puertas de tu propio espíritu, tu corazón se debilita y la vida deja de tener sentido.
Por esa razón les escribo. Para ver si ustedes pueden concederme una nueva oportunidad. Soy consciente de la dificultad. Sé que, probablemente, muchos colegios concertados diocesanos o pertenecientes a cualquier otra orden, tienen todas sus vacantes cubiertas. Pero me haría inmensamente feliz el mero hecho de que leyese las sinceras palabras de éste que ahora le habla. Si pueden ayudarme, les estaré profundamente agradecido. Habrán devuelto la felicidad a nuestra casa. Podré mirar de frente a mis padres y decirles: Papá y mamá lo conseguimos!! Vuelvo a ser profesor!!!. Si desean ponerse en contacto conmigo, mi número es 620974500.