“El sacerdote, testigo de la misericordia de Dios”, carta pastoral con motivo del Día del Seminario (19-03-10)

“El sacerdote, testigo de la misericordia de Dios”, carta pastoral con motivo del Día del Seminario (19-03-10)

 

Día del Seminario 2010

Queridos hermanos y hermanas:

El próximo día 21 de marzo, quinto domingo de Cuaresma, celebraremos el Día del Seminario. En el marco del Año Sacerdotal, al que nos ha convocado Benedicto XVI, esta jornada eclesial adquiere una relevancia especial, ya que el objetivo de “renovación interior de todos los sacerdotes”, propuesto por el Papa, incluye también a los seminaristas, que se preparan en nuestro Seminario para recibir, cuando el Señor lo disponga, el sacramento del Orden sacerdotal.

La ocasión de la convocatoria de este tiempo de gracia, que está siendo el Año Sacerdotal, es la celebración del CL aniversario de la muerte de San Juan María Vianney, patrono de todos los párrocos del mundo. Como ya señalé en la carta que escribí a los sacerdotes, diáconos y seminaristas con este motivo el pasado mes de noviembre, la figura del Santo Cura de Ars es un ejemplo extraordinario de vida y de servicio sacerdotal, que tiene mucho qué enseñarnos tanto a los presbíteros, como a los seminaristas. A pesar de sus evidentes carencias formativas en el orden intelectual, motivadas por la compleja situación política y social imperante en Francia después de la Revolución, San Juan María Vianney supo afrontar con fortaleza todas las dificultades que encontró en su camino de formación sacerdotal, sostenido por su sólida piedad y por su amor a las almas, convirtiéndose en un modelo de perseverancia en la vocación para todos nuestros seminaristas.

Por esta razón, es mi deseo que la celebración del Día del Seminario de este año sea para todos los seminaristas de nuestra Archidiócesis una ocasión para agradecer sinceramente a Dios el don inmerecido de la vocación que han recibido, y para que intensifiquen sus esfuerzos para formarse adecuadamente, superando todos los obstáculos que puedan poner en peligro su perseverancia. De igual modo, al mismo tiempo que agradezco la tarea educativa que desarrollan cada día los formadores y profesores de nuestro Seminario, les animo a que prosigan su labor con renovado entusiasmo, manteniendo el nivel de exigencia y la permanente fidelidad a las orientaciones de la Iglesia.

Pero, sobre todo, quiero invitar a todos los sacerdotes y fíeles de la Archidiócesis a que vivan con ilusión el Día del Seminario de este año, se impliquen en la campaña vocacional y la realicen con entusiasmo e interés. Para nadie es un secreto que en estos momentos la Iglesia en Occidente y también en España está viviendo un largo “invierno vocacional” Necesitamos más sacerdotes en Sevilla para atender adecuadamente a nuestras comunidades. Los necesitan con más urgencia incluso que nosotros otras iglesias cercanas o lejanas. Por otra parte, el Seminario, como señalara el decreto Optatam totius del Concilio Vaticano II (n. 5), es el “corazón” de la Diócesis. Por ello, todos debemos sentirlo como algo nuestro, y hemos de comprometernos con la formación de los futuros sacerdotes a través de nuestra oración y de nuestra colaboración económica, con objeto de que ningún seminarista deje de ser sacerdote por falta de medios materiales. Nuestros seminaristas visitarán nuestras parroquias y grupos cristianos durante los fines de semana del mes de marzo. Os ruego a todos que los acojáis con afecto, y que les alentéis en su camino vocacional, de tal manera que, estimulados por su testimonio, otros muchos jóvenes puedan escuchar la llamada del Señor que les invita a su seguimiento en el ministerio sacerdotal.

“El sacerdote, testigo de la misericordia de Dios ” Este es el lema escogido para el Día del Seminario de este año. Por ser signo sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia (cfr Pastores dabo vobis, n. 21), el sacerdote debe encarnar en su persona las mismas actitudes de Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, de acuerdo con la exhortación paulina. “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús” (Flp 2,5). Entre estos sentimientos destaca de manera especial la actitud de misericordia, que es esa forma particular de amor que se compadece y sabe reaccionar ante el sufrimiento, la pobreza, la injusticia, la miseria espiritual y el pecado de aquellos que caminan a nuestro lado.

La misericordia es un atributo divino, tal como se muestra en el cántico evangélico del Magníficat: “Su misericordia se derrama de generación en generación sobre los que le temen… Auxilia a Israel su siervo, acordándose de su misericordia” (Le 1,50 y 54). La misericordia es también un rasgo esencial de Jesucristo Buen Pastor, en quien se cumplen de manera privilegiada todas las promesas de perdón y reconciliación anunciadas al pueblo de Israel en el Antiguo Testamento: “Por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, el Sol naciente nos visitará desde lo alto…realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres” (Le 1,72 y 78). Podemos afirmar que el núcleo fundamental de la misión de Cristo durante su vida en la tierra fue procurar que sus gestos y palabras reflejaran este modo de amar de Dios. Por ello, la misericordia fue un rasgo siempre presente en su predicación: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Le 6,36). Las parábolas del “hijo pródigo” y “de la oveja y la dracma perdidas”, que San Lucas recoge en el capítulo 15 de su evangelio, son también un testimonio conmovedor del amor misericordioso que Dios manifiesta a su pueblo.

“¿Cómo voy a dejarte, Efraín, cómo entregarte, Israel?…Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas” (Os 11,8). En su primera encíclica, Benedicto XVI nos ha señalado el perfecto cumplimiento de estas palabras llenas de misericordia, que el profeta Oseas pone en boca de Dios, en el misterio del Corazón de Cristo: “En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan, ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: Dios es amor” (Deus caritas est. n. 12). De este modo, el Papa vuelve a proponer una enseñanza en la que abundó Juan Pablo II en su encíclica dedicada a la misericordia de Dios: “La Iglesia parece que sobre todo profesa y venera la misericordia de Dios cuando se dirige al Corazón de Cristo… Acercarnos a Cristo en el misterio de su Corazón nos permite detenernos en este punto de la revelación del amor misericordioso del Padre, que ha constituido el núcleo central de la misión mesiánica del Hijo del hombre ” (Dives in misericordia, n. 13).Después de fijar nuestra mirada en el costado abierto de Cristo, en el que descubrimos la misericordia entrañable de_ nuestro Dios, es inevitable recordar unas palabras del Santo Cura de Ars, que Benedicto XVI ha escogido como frontispicio del Año Sacerdotal: “El sacerdocio es el amor del Corazón de Jesús” (Nodet, p. 98; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1589). San Juan María Vianney, que tanto destacó en su vida por su dedicación al Sacramento de la misericordia, nos ayuda de este modo a descubrir en el Corazón de Cristo la fuente suprema de la misericordia y el origen del sacerdocio.

El Cardenal Newman solía repetir con insistencia: Cor ad cor loquitur! ¡El Corazón llama al corazón! Por eso, quiero terminar esta carta invitando a todos los jóvenes de nuestra Archidiócesis a que fijen su mirada en el costado abierto de Cristo, muerto por nosotros en la cruz. Queridos jóvenes: En Corazón de Cristo podéis encontrar un amor tierno y lleno de misericordia, que puede responder a todos vuestros temores e inquietudes, y que puede dar sentido y plenitud todas vuestras ilusiones de futuro. Pero ahondando en esta contemplación, puede ser que también encontréis una llamada de amor que se dirige directamente a vuestro corazón, para que le sigáis con generosidad por el camino de la vocación sacerdotal. Si descubrís esta llamada, quiero pediros humildemente que ¡no tengáis miedo! Dad vuestro “sí” al Señor con la absoluta certeza de que El colmará todas vuestras expectativas. Entrad en contacto con nuestros seminaristas y participad en los encuentros vocacionales que organiza nuestro Seminario. A través de estas experiencias podréis ser testigos de la alegría que llena el corazón de todo el que sinceramente abraza la vocación sacerdotal.

Concluyo mi carta encomendando al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen, la vocación y la perseverancia de los cerca de cincuenta seminaristas que se están formando este año en el Seminario Metropolitano de Santa María del Buen Aire y San Isidoro. Que el Señor, con la fuerza de su Espíritu, haga de ellos unos auténticos testigos de su misericordia para la Iglesia y para el mundo. Dios quiera que en los próximos cursos aumente considerablemente su número, como fruto del Día del Seminario de este año y como consecuencia de la implicación ilusionada de toda la Archidiócesis en la pastoral vocacional. A todos os recuerdo, muy especialmente a las monjas contemplativas, a los ancianos y enfermos, que hay un medio, tan sencillo como extraordinario de colaboración con la causa verdaderamente mayor de las vocaciones al sacerdocio y a la Vida Consagrada, la oración ferviente de cada día, el ofrecimiento de las obras y la oración comunitaria ante el Santísimo Sacramento en nuestras parroquias, rogando al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies (Mt 9, 37-38).

Recibid todos un abrazo fraterno y mi bendición.

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+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla y Administrador Apostólico de Córdoba.


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