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Domingo de la Sagrada Familia (Ciclo C)

(Lucas 2, 42-52) Sus padres iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta.


Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él.


Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas. Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados".

Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?".

Ellos no entendieron lo que les decía. El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.

 

Comentario de Miguel Ángel Garzón

 

Las lecturas de este domingo iluminan la vida del creyente y la familia. El pasaje del Eclesiástico muestra una profunda reflexión sobre el alto valor del cuarto mandamiento: el que honra al padre y a la madre, incluso cuando llega la debilidad, atrae sobre sí la bendición, la vida eterna y el perdón de sus pecados.
La exhortación de Pablo ofrece un grandioso florilegio de virtudes cristianas, focalizadas en torno al amor entrañable y la fe (Cf. Sal 126), requeridas para fundar y construir un hogar familiar.
El evangelio pertenece a los relatos de la infancia de Jesús, si bien se nos presenta con doce años (frontera en la que un varón pasa a ser responsable ante la Ley). Como judíos obedientes a la ley, María y José, con Jesús, suben a Jerusalén para celebrar la fiesta de la liberación, la Pascua. En el regreso, Jesús se queda allí, sin que sus padres lo adviertan. Después de tres días de búsqueda lo encuentran en el templo, sentado “en medio” de los maestros de la Ley, a quienes cautiva por la sabiduría de sus respuestas. La dramaticidad de la narración se pone en juego para revelar su identidad: Él es el nuevo templo donde reside la plenitud de la Ley, y es el centro de la Historia de la Salvación. Esta sabiduría alcanza un grado supremo en la sorprendente respuesta a sus padres: “¿Por qué me buscabais?… ¿No sabíais que debo estar en la casa/asuntos de mi Padre?”. Con ello desvela su identidad y el destino de su vida: es el Hijo de Dios sometido y obediente a su voluntad. Pero aún debe volver con sus padres a Nazaret y seguir bajo su tutela para crecer en estatura, sabiduría y gracia.
Si la incomprensión de José y María nos adentra en el misterio de Jesucristo, la actitud de María aporta el modo de afrontarlo: “conservar las cosas en el corazón”. Cuando el Hijo de Dios suba a celebrar su Pascua definitiva, para liberarnos de la esclavitud del pecado y de la muerte, otro tercer día revelará su plena identidad de la que nos hará partícipes: la vida resucitada del templo de su cuerpo, estando para siempre junto a su Padre.


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