Del gregoriano a la música folk. Causas y remedios del empobrecimiento musical en la liturgia

Del gregoriano a la música folk. Causas y remedios del empobrecimiento musical en la liturgia

Los cantos religiosos populares y las composiciones más modernas han desbancado a la polifonía clásica, al gregoriano y al órgano como instrumento solista en las celebraciones religiosas de la Iglesia en España. Esta es una de las primeras conclusiones de la encuesta sobre el uso y práctica del canto y la música en las celebraciones litúrgicas, que ha realizado la Comisión Episcopal de Liturgia de la Conferencia Episcopal Española con motivo del 50 aniversario de la instrucción de la Congregación para el Culto Divino Musicam Sacram.

La encuesta, que ha sido atendida por 3.742 personas vinculadas con la liturgia, arroja datos que ayudan a conocer mejor cómo se desarrollan estas celebraciones en las parroquias y comunidades, y cuál es el grado de participación de los fieles en el acompañamiento musical, así como la formación musical –escasa- que reciben los futuros sacerdotes.

¿Aplicación equivocada del Vaticano II?

En un reciente artículo, José Francisco Serrano Oceja valoraba estos resultados y hacía suyo el diagnóstico de James McMillan, cuando afirmaba que “los compositores de calidad han sido expulsados de las iglesias por quienes han querido modernizar y democratizar la música”. Habla de “lecturas deliberadamente sesgadas del espíritu del Vaticano II” y lamenta el error que supuso pensar que la música folk y los derivados de la cultura pop atraerían a los adolescentes y jóvenes a las iglesias. “Ha sucedido exactamente, lo contrario”, afirma.

Luis Rueda, delegado diocesano de Liturgia, achaca esta deriva musical a la “desafección al latín” en los distintos programas educativos españoles. La consecuencia lógica nos lleva a la situación actual, en la que Rueda observa “una calidad en las músicas y letras que deja mucho que desear”. Afortunadamente la cultura musical clásica no ha desaparecido totalmente de liturgia actual en Sevilla, y justo es reconocer la cuota del Cabildo Catedral, las hermandades y algunas corales en la supervivencia del repertorio polifónico en la Archidiócesis.

Déficit cultural

En esta línea, José Márquez, colaborador de la Delegación diocesana de Liturgia, achaca esta deriva musical en las iglesias a “una falta de cultura en general”. Sin caer en una generalización tan injusta como rebatible, sí se puede afirmar que la calidad de un porcentaje destacado de las composiciones actuales dista mucho de la “grandeza” que Benedicto XVI concedía a la cultura musical clásica. Al respecto, el papa emérito reconoció que cuando resonaban las primeras notas de Mozart en la Misa de la Coronación, “el cielo casi se abría y experimentaba profundamente la presencia del Señor”.

El caso es que ese “empobrecimiento cultural” que vaticinaba Benedicto XVI se constata hoy con los primeros datos de la encuesta realizada por la Conferencia Episcopal Española. Algo que, para más sonrojo, los expertos localizan particularmente en nuestro país. Luis Rueda y José Márquez coinciden al afirmar que “esto no pasa en Italia, Francia o Inglaterra, donde los fieles siguen sin problema los cantos polifónicos en la liturgia”. Aquí, a veces, las letras de los cantos son escasamente piadosas y las músicas carecen de los mínimos valores estéticos.

Recuperación del latín

M16_0115Si la música religiosa implica un encuentro conmovedor con lo divino, convendremos que cuesta trabajo palpar este resultado en no pocas celebraciones litúrgicas de nuestro entorno. La salida de esta “crisis musical” tendría que partir de una recuperación de la cultura clásica con el latín por bandera en los sistemas educativos, algo que se antoja complicado a la luz de las últimas normativas. Quizás resulte más factible un cambio de tendencia en el ámbito eclesial. La encuesta nos llevaría a demandar una mayor implicación del clero, así como la potenciación de las instancias dedicadas a este ámbito musical, tanto en las diócesis como en las parroquias.

La música, como toda expresión artística bella y sublime, se convierte en un cauce privilegiado para llegar a Dios. Esa debe ser la finalidad de su inclusión en la liturgia. Cuando se posterga el repertorio clásico a las salas de conciertos y se apuesta por lo que McMillan califica como “conjuntos lamentables y risibles”, el resultado se traduce en la pobreza cultural que reflejan los datos de una encuesta muy oportuna para tomar conciencia del riesgo que hay de perder un tesoro cultural de siglos. ¿Estamos a tiempo?

 

 


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